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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

El animal clavó los ojos en Daisy con amarga resignación, sin siquiera molestarse en mover las<br />

orejas. Detrás de él, la llama emitió <strong>un</strong> sonido extraño, pero el camello no le hizo ni caso. El calor<br />

del asfalto traspasaba la suela de las deportivas de Daisy y le quemaba los pies. Le goteaba el<br />

sudor entre los pechos. Los ojos de Sinj<strong>un</strong> le taladraron el alma. «Calor. Tengo calor.»<br />

Daisy odiaba ese lugar donde los animales se exhibían en jaulas. El extraño sonido de la llama<br />

reverberó en sus oídos. Le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto por el olor a moho del<br />

toldo de nailon. Instintivamente dio <strong>un</strong> paso atrás, intentando alejarse del sol, y de esos tristes<br />

animales, del horrible calor y de ese olor nauseab<strong>un</strong>do. Pisó <strong>un</strong> charco. Miró hacia abajo y vio <strong>un</strong>a<br />

fuga en la manguera que llevaba el agua al abrevadero.<br />

Sin ni siquiera pensar lo que estaba haciendo, corrió hacia donde la manguera se conectaba a la<br />

boquilla de latón. La tomó y cortó el flujo del agua. Hasta que sólo cayeron <strong>un</strong>as gotas en sus<br />

manos.<br />

Entrecerró los ojos ante el resplandor que se reflejaba en el sucio toldo blanco y sintió los ojos<br />

de Sinj<strong>un</strong> quemándola, derritiéndole la piel.<br />

«Calor. Tengo tanto calor.»<br />

Daisy miró el agua fría que le goteaba en las manos. Accionó la boquilla de nuevo, levantó la<br />

manguera y comenzó a rociar agua fría en la jaula de tigre.<br />

¡Sí!<br />

Al momento sintió el alivio del animal en su propio cuerpo.<br />

—¡Eh! —Digger se acercó a ella corriendo tan deprisa como sus artríticas rodillas se lo<br />

permitían. —¡Detente, Daisy! Para de <strong>un</strong>a vez, ¿me has oído?<br />

El tigre le enseñó los dientes al anciano. Daisy se giró con rapidez y lanzó el chorro de agua fría<br />

al hombre, mojándole la mugrienta camisa de trabajo.<br />

—¡No te acerques!<br />

Digger se detuvo.<br />

—¿Qué estás haciendo? ¡Vas a matar al tigre! A los felinos no les gusta el agua.<br />

Volvió a dirigir el chorro al tigre y sintió <strong>un</strong> fresco alivio en los huesos, como si estuviera<br />

mojándose ella misma.<br />

—A éste sí.<br />

—¡Te he dicho que te detengas! No puedes hacer eso.<br />

—A Sinj<strong>un</strong> le gusta. Míralo, Digger.<br />

Cierto, en vez de alejarse del agua, el tigre se recreaba en ella, permaneciendo inmóvil bajo el<br />

chorro. Mientras continuaba mojando al felino, Daisy quiso decirle a Digger que eso no habría sido<br />

necesario si él hubiera hecho mejor su trabajo, pero sabía que el pobre hombre no podía hacer<br />

más de lo que hacía y se mordió la lengua.<br />

—¡Dame eso!<br />

Neeco se había plantado detrás de ella y alargó el brazo para quitarle la manguera de la mano.<br />

Pero Daisy va estaba harta de Neeco Martin y no dejó que se la arrebatara.<br />

El agua cambió de dirección. Daisy soltó <strong>un</strong> jadeo al sentir toda la fuerza del chorro en la cara,<br />

pero no soltó la manguera.<br />

Él le retorció la muñeca.<br />

—¡Detente, Daisy! Dame la manguera.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 94

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