Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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CAPÍ ÍTULLO 14<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—¿Qué coño has hecho aquí? —Alex se quedó paralizado bajo el umbral de la puerta.<br />
—¿A que queda genial? —Daisy contempló con satisfacción la transformación de la caravana en<br />
lo que ella consideraba <strong>un</strong> acogedor y encantador nidito de amor.<br />
Unas f<strong>un</strong>das en tono crema salpicadas de pensamientos en colores púrpuras, azules y caramelo<br />
ocultaban el horroroso estampado a cuadros del sofá; los colines a juego hacían que los viejos<br />
muebles parecieran cálidos y confortables. Había instalado también <strong>un</strong>as [tequeñas barras de<br />
latón encima de las ventanas, sustituyendo aquellas horribles cortinas amarillentas por otras de<br />
muselina blanca adornadas con cintas azules y lavanda de diversas texturas y anchuras.<br />
Un lazo de seda azul y violeta camuflaba la pantalla rota de la lámpara en la esquina, y varias<br />
cestas de mimbre contenían ahora las revistas y los periódicos que antes estaban esparcidos por<br />
todas partes. Un surtido de envases desaparejados, desde floreros y tazones de alfarería a jarras<br />
azules Wedgwood, llenaban el estante de encima de la cocina donde había clavado con chínchelas<br />
<strong>un</strong>a cuerda de colores para que no se cayeran los utensilios cuando la caravana estuviera en<br />
movimiento. La mesa estaba dispuesta con mantelitos individuales en la misma gama de colores<br />
púrpura y violeta, así como la porcelana china, que a<strong>un</strong>que no hacía juego entre sí, poseía las<br />
mismas tonalidades. Había dos tazas blancas, dos copas de cristal, <strong>un</strong>a de las cuales tenía <strong>un</strong>a<br />
fisura, y <strong>un</strong>os platos de color añil. En el centro de la mesa, <strong>un</strong> recipiente de barro albergaba <strong>un</strong><br />
ramillete de flores silvestres que Daisy había cogido en el borde del recinto.<br />
—No he podido hacer más con la alfombra —le explicó aún jadeante por haber tenido que<br />
prepararlo con prisa. —Pero he quitado las peores manchas y no ha quedado tan mal. Cuando<br />
tenga algo de dinero, me ocupare de la cama. Quizá le ponga <strong>un</strong>a de esas colchas indias y más<br />
almohadones. No soy buena costurera, pero creo que puedo...<br />
—¿De dónde has sacado el dinero para hacer esto?<br />
—De mi sueldo.<br />
—¿Te has gastado tu dinero en esto?<br />
—He buscado en tiendas de seg<strong>un</strong>da mano y en los mercadillos de los pueblos que hemos<br />
visitado. ¿Sabías que n<strong>un</strong>ca había entrado en <strong>un</strong> WalMart hasta hace dos semanas? Es asombroso<br />
lo que puede dar de sí <strong>un</strong> dólar si te lo propones... —En ese momento Daisy vio la expresión en la<br />
cara de Alex y su sonrisa se desvaneció. —No te gusta.<br />
—No he dicho eso.<br />
—No hace falta que lo digas. Se te ve en la cara.<br />
—No es que no me guste. Es que no tiene sentido que desperdicies tu dinero en este lugar.<br />
—No creo que sea <strong>un</strong> desperdicio.<br />
—Es <strong>un</strong>a caravana, por el amor de Dios. No vamos vivir aquí tanto tiempo.<br />
Ésa no era la verdadera razón de la reticencia de Alex. Daisy lo observó y llegó a la conclusión<br />
de que tenía dos opciones: podía marcharse enfadada o podía obligarle a ser sincero con ella.<br />
—Dime exactamente qué es lo que no te gusta.<br />
—Nada.<br />
—Sí, algo no te gusta. Sheba me dijo que habías rechazado <strong>un</strong>a caravana mejor que ésta. —Él<br />
se encogió de hombros. —¿Acaso sólo querías hacerme las cosas más difíciles?<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 141