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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Tienes razón. Supongo que necesita el toque de <strong>un</strong>a mujer. Encontrarás productos de<br />

limpieza debajo del fregadero.<br />

Él pasó por su lado en dirección a la puerta, entonces se detuvo. Estupefacta, Daisy vio cómo se<br />

acercaba de nuevo a la encimera, cogía la cartera y volvía a meterla en el bolsillo.<br />

Se sintió prof<strong>un</strong>damente ofendida.<br />

—No pensaba robarle.<br />

—Por supuesto que no. Pero es mejor no tentar a la suerte. —Alex le rozó el brazo con el pecho<br />

cuando volvió a pasar j<strong>un</strong>to a ella hacia la puerta. —Hoy tenemos f<strong>un</strong>ción a las cinco y a las ocho.<br />

Actúo en las dos.<br />

—¡Deténgase ahora mismo! ¡No puedo quedarme en este horrible lugar y no voy a limpiar toda<br />

esta porquería!<br />

Él miró con aire distraído la p<strong>un</strong>ta de su bota, luego levantó la vista. Daisy se quedó mirando<br />

aquellos pálidos ojos dorados y sintió <strong>un</strong> escalofrío de temor, seguido de otra extraña sensación<br />

que no quiso examinar más a fondo.<br />

Él levantó lentamente la mano, y Daisy dio <strong>un</strong> respingo cuando la cerró con suavidad alrededor<br />

de su garganta. Sintió la ligera aspereza del pulgar cuando le rozó el hueco bajo la oreja con algo<br />

que parecía <strong>un</strong>a caricia.<br />

—Escúchame con atención, cara de ángel —dijo él con suavidad. —Podemos hacer esto por las<br />

buenas o por las malas. De <strong>un</strong> modo u otro voy a ganar. Tú decides cómo quieres que sea.<br />

Se miraron fijamente a los ojos. En <strong>un</strong> instante que pareció eterno, Alex le exigió sin palabras<br />

que se sometiera a él. Los ojos del hombre dejaron <strong>un</strong> rastro de fuego sobre ella, consumiéndole<br />

la ropa, la piel, hasta que Daisy se sintió desnuda y despojada, con todas sus debilidades<br />

expuestas. Quería huir y esconderse, pero la fuerza de aquella mirada masculina la dejó<br />

inmovilizada.<br />

Alex le deslizó la mano por la garganta, luego le quitó la chaqueta por los brazos, haciendo que<br />

cayera al suelo con <strong>un</strong> susurro. Cogió el tirante dorado del vestido que llevaba debajo y se lo<br />

deslizó por el hombro. Ella no llevaba sujetador —se le hubiera transparentado con el vestido— y<br />

el corazón comenzó a latirle con fuerza.<br />

Con la p<strong>un</strong>ta del dedo, Alex bajó el tirante por su pecho hasta llegar al pezón. Luego, inclinó la<br />

cabeza y tomó con los dientes la suave piel que había expuesto.<br />

Daisy se quedó sin respiración cuando notó el pellizco. Debería haber sido doloroso, pero sus<br />

sentidos percibieron el pequeño mordisco con placer. Sintió la insolente mano de Alex en el pelo y<br />

luego él se apartó, a<strong>un</strong>que ya había dejado su marca en ella como si fuera <strong>un</strong> animal salvaje. Fue<br />

entonces cuando Daisy supo a qué le recordaban esos ojos ambarinos. A <strong>un</strong> animal de presa.<br />

La puerta de la caravana se meció sobre sus goznes. Alex salió y la miró, dejando caer la<br />

gardenia que le había robado del pelo.<br />

Estalló en llamas.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 20

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