Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
ayudándome porque estoy llorando de nuevo, pero sólo lloro porque estoy cansada. Lo siento. No<br />
me hagas caso.<br />
—Ni siquiera he notado que estuvieras llorando. —Alex se arrodilló ante ella y le abrió la<br />
cremallera de los vaqueros y, tras vacilar <strong>un</strong> momento, se los deslizó por las caderas. Cuando los<br />
bajó por las delgadas piernas de la joven, Alex sintió <strong>un</strong>a p<strong>un</strong>zada de deseo y tuvo que obligarse a<br />
apartar la vista del tentador triángulo de las bragas color verde menta que llevaba puestas.<br />
¿Cuánto tiempo más iba a poder mantener las manos alejadas de ella? Durante la última<br />
semana y media Daisy había estado tan cansada que apenas podía mantenerse en pie, pero él sólo<br />
había podido pensar en su suave y flexible cuerpo. Había llegado a <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to en el que no podía<br />
mirarla sin ponerse duro, y eso le sacaba de sus casillas. Le gustaba tener todos los aspectos de su<br />
vida bajo control y ése se le escapaba de las manos.<br />
Incluso para <strong>un</strong>a mujer que hubiera crecido en el circo hubiera sido demasiado duro hacer todo<br />
lo que le había ordenado hacer a Daisy. Se había convencido de que sólo era cuestión de días —<br />
por no decir horas— que ella tirase la toalla y se fuera. Y querría poder estar seguro de que no la<br />
tocaría, por lo menos no como deseaba hacerlo. Mantener relaciones sexuales en ese momento<br />
sólo complicaría <strong>un</strong>a situación ya de por sí complicada, y por eso no importaba lo mucho que la<br />
deseara, tenía que dejarla en paz.<br />
Pero Daisy seguía sin darse por vencida y él no sabía cuánto tiempo más podría mantenerse<br />
alejado. Cuando se metía en la cama por la noche, era tan consciente de ella acurrucada en el<br />
sofá, a tan sólo <strong>un</strong>os metros de él, que tenía dificultades para quedarse dormido. Y el simple<br />
hecho de verla durante el día hacía imposible que se concentrara en su trabajo.<br />
¿Por qué no se había rendido? Era delicada. Débil. No hacía más que llorar. Y, al mismo tiempo,<br />
había tenido el valor de enfrentarse a Neeco Martin y defender a esas pobres y tristes criaturas de<br />
la casa de fieras. Daisy Devreaux Markov no era la joven pusilánime que él había supuesto.<br />
Que no hubiera resultado ser como él creía lo irritaba casi tanto como el doloroso efecto que<br />
tenía sobre su cuerpo, y por ese motivo le habló bruscamente:<br />
—Levanta los brazos.<br />
Daisy estaba demasiado cansada después de haberse pasado todo el día trabajando, así que<br />
obedeció de manera automática. Alex le quitó la camiseta por la cabeza, dejando al descubierto el<br />
sujetador que hacía juego con las braguitas. La joven estaba tan agotada que no podía evitar que<br />
se le cayera la cabeza, pero Alex seguía sin poder confiar en sí mismo, por lo que se enojó todavía<br />
más. Se dio la vuelta, ajustó la temperatura del agua de la ducha y metió a Daisy dentro de la<br />
cabina con la ropa interior incluida.<br />
—Te serviré la comida cuando salgas. Ya me he hartado de comer latas de conservas, así que<br />
esta noche he preparado chile.<br />
—Sé cocinar —dijo ella entre dientes.<br />
—Por hoy ya has hecho suficiente.<br />
Daisy se colocó bajo el chorro de la ducha y dejó que el agua resbalara por su cuerpo.<br />
Cuando por fin salió del cuarto de baño, llevaba el pelo retirado de la cara y tenía puesto el<br />
albornoz azul de Alex. Parecía <strong>un</strong>a adolescente cuando se deslizó detrás de la mesa de la cocina.<br />
Alex le plantó delante <strong>un</strong> plato de chile caliente y luego se acercó al fogón para servirse otro<br />
para él.<br />
—¿Puedo faltar esta noche a la f<strong>un</strong>ción?—preg<strong>un</strong>tó ella.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 98