Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
tío se había formado por los sabios sermones de Owen y sus casi siempre astutas observaciones<br />
sobre el m<strong>un</strong>do y lo duro que era sobrevivir para <strong>un</strong> hombre. La vida era <strong>un</strong> negocio peligroso para<br />
Owen, y no había lugar para la risa o la frivolidad. Un hombre debía trabajar duro, cuidarse de sí<br />
mismo y mantener su orgullo.<br />
Alex cerró el grifo y cogió <strong>un</strong>a toalla. Los dos hombres habían tenido sus razones egoístas para<br />
ayudar a <strong>un</strong> niño desvalido. Max se veía a sí mismo como <strong>un</strong> benefactor y se jactaba de sus<br />
diversos proyectos caritativos —entre los que estaba incluido Alex Markov— ante sus amigos de<br />
alto copete. Por otro lado, Owen tenía <strong>un</strong> ego enorme y le encantaba tener <strong>un</strong> público<br />
impresionable que esperara babeante sus reflexiones oscuras sobre la vida. Pero a pesar de los<br />
motivos egoístas que pudieran haber tenido aquellos dos hombres, habían sido las únicas<br />
personas en la joven vida de Alex a los que él había importado algo y ning<strong>un</strong>o de ellos le pidió<br />
nada a cambio, por lo menos no hasta ese momento.<br />
Ahora Alex tenía <strong>un</strong> maltrecho circo entre las manos y <strong>un</strong>a esposa, sexy pero tonta, que iba<br />
camino de volverlo loco. No lo consentiría, por supuesto. Las circ<strong>un</strong>stancias lo habían hecho como<br />
era, <strong>un</strong> hombre rudo y terco que vivía de acuerdo con su propio código y que no se hacía ilusiones<br />
sobre sí mismo. Daisy Deveraux no tenía ning<strong>un</strong>a posibilidad de vencerlo.<br />
Se envolvió <strong>un</strong>a toalla en la cintura, cogió otra para secarse el pelo y abrió la puerta del baño.<br />
Daisy tragó saliva cuando la puerta del baño se abrió y salió Alex. Oh, Dios, era impresionante.<br />
Mientras él se secaba la cabeza con la toalla, ella aprovechó para mirar a conciencia lo que le<br />
parecía <strong>un</strong> cuerpo perfecto, con músculos bien definidos pero no excesivamente marcados. Alex<br />
tenía algo que n<strong>un</strong>ca había visto en ning<strong>un</strong>o de los jovenzuelos bronceados de Lani, <strong>un</strong> cuerpo<br />
moldeado por el trabajo duro. Aquel ancho pecho estaba cubierto ligeramente de vello oscuro<br />
donde anidaba alg<strong>un</strong>a clase de medalla de oro, pero Daisy estaba demasiado extasiada con la<br />
visión como para fijarse en los detalles.<br />
Las caderas masculinas eran considerablemente más estrechas que los hombros; el estómago<br />
era plano y duro. Siguió con la mirada la flecha de vello que comenzaba encima del ombligo y<br />
continuaba por debajo de la toalla amarilla. De repente, se sintió acalorada mientras se<br />
preg<strong>un</strong>taba cómo sería lo que había más abajo.<br />
Él terminó de secarse el pelo y la miró.<br />
—Puedes acostarte conmigo o dormir en el sofá.<br />
Ahora mismo estoy demasiado cansado para que me importe lo que hagas.<br />
—¡Dormiré en el sofá! —Su voz había sonado ligeramente aguda, a<strong>un</strong>que no sabía si había sido<br />
por sus palabras o por lo que veían sus ojos.<br />
Él la privó de la visión de su pecho cuando le dio la espalda y se dirigió a la cama. Enrolló los<br />
látigos y los puso en <strong>un</strong>a caja de madera que metió debajo. Con ellos fuera de vista, Daisy se dio<br />
cuenta de lo mucho que le gustaba la visión de aquella espalda.<br />
De nuevo, él se volvió hacia ella.<br />
—En cinco seg<strong>un</strong>dos dejaré caer la toalla.<br />
Alex esperó, y después de que pasaran los cinco seg<strong>un</strong>dos, ella se dio cuenta de lo que él había<br />
querido decir.<br />
—Ah. Quieres que aparte la vista.<br />
Él se rio.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 33