Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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—¡Ésa era <strong>un</strong>a decisión mía, no tuya!<br />
—Esto es mucho más importante que <strong>un</strong> capricho egoísta.<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—Cuando Daisy me dijo que estaba embarazada pensé que lo había hecho a propósito. ¡La<br />
acusé de haberme mentido, bastardo!<br />
Max hizo <strong>un</strong>a mueca y la justa indignación de Alex perdió fuelle.<br />
—Alex, míralo desde mi p<strong>un</strong>to de vista. Sólo disponía de seis meses y tenía que aprovecharlos.<br />
No podía esperar que llegaras a enamorarte de ella, es imposible que <strong>un</strong> hombre con tu<br />
inteligencia se interese por alguien tan atolondrado como mi hija, salvo para acostarse con ella.<br />
Alex sintió ganas de vomitar. ¿Cómo era posible que su educada e inteligente esposa sintiera<br />
cariño por <strong>un</strong> padre que tenía tan poco respeto por ella?<br />
—Daisy es más lista que nosotros dos j<strong>un</strong>tos.<br />
—No es necesario que enmascares los hechos.<br />
—No lo hago. No conoces a tu hija en absoluto.<br />
—No podía aceptar que vuestro matrimonio finalizara sin intentar que hubiera <strong>un</strong> heredero<br />
Romanov.<br />
—No era as<strong>un</strong>to tuyo.<br />
—Eso no es cierto. A lo largo de la historia, los Petroff siempre se han dedicado a hacer lo mejor<br />
para los Romanov, incluso a<strong>un</strong>que los Romanov no estuvieran de acuerdo.<br />
Mientras miraba a Max, Alex se dio cuenta de que el padre de Daisy estaba obsesionado con<br />
ese tema. Max podía ser <strong>un</strong> hombre coherente en todo lo demás, pero no en eso.<br />
—Ibas a dejar que muriera tu estirpe —dijo Max, —y yo no podía consentirlo.<br />
No había nada más que discutir con él. Para Max el niño que Daisy llevaba en su vientre no era<br />
más que <strong>un</strong> peón, pero ese bebé significaba algo muy diferente para Alex, y todos sus instintos<br />
paternos afloraron para protegerlo.<br />
—¿Qué coño ha estado tomando Daisy? ¿Qué le diste?<br />
—Nada que pudiera dañar al bebé. Pastillas de fluoruro, eso es todo. —Max se derrumbó en la<br />
silla. —Tienes que encontrarla antes de que haga algo estúpido. ¿Y si se ha librado del bebé?<br />
Alex clavó los ojos en el anciano. Poco a poco la amargura se convirtió en piedad al pensar en<br />
todos los años que Max había desaprovechado, todos los años que había pasado sin conocer a su<br />
maravillosa hija.<br />
—Nada conseguiría que Daisy hiciera eso. Tiene agallas, Max. Hará lo que sea para mantener a<br />
salvo a ese bebé.<br />
Alex llegó al circo a la mañana siguiente, cuando los primeros camiones entraban en el recinto<br />
de Chattanooga. Los días eran más cortos y el verano llegaba a su fin. El circo se dirigía hacia el sur<br />
para pasar el invierno cerca de Tampa, donde se instalarían hasta el final de la temporada durante<br />
la última semana de octubre. La excedencia de Alex en la <strong>un</strong>iversidad concluía en enero y había<br />
pensando hacer <strong>un</strong>a investigación en Ucrania antes de incorporarse, pero ahora sabía que no lo<br />
haría. Sin Daisy todo lo demás carecía de importancia.<br />
Echó <strong>un</strong> vistazo al recinto. El nuevo asentamiento estaba en <strong>un</strong>a ladera con muy poco espacio<br />
llano para montar la carpa principal. Alex tenía ojeras por la falta de sueño, pero le dio la<br />
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