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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Daisy sintió el duro y cortante frío del exterior cuando la tendió al lado de la carpa. Su marido<br />

se inclinó sobre ella, utilizando su cuerpo para ocultarla de los demás.<br />

—Cariño, lo siento. Oh, Dios mío, cuánto lo siento.<br />

Daisy utilizó las fuerzas que le quedaban para apartar la mirada de él y clavarla en la<br />

polvorienta lona de nailon. Jadeó de dolor cuando Alex rozó con <strong>un</strong>a mano los pedazos<br />

desgarrados del maillot.<br />

Daisy tenía los labios tan secos y pegados que no podía abrirlos.<br />

—No me toques...<br />

—Déjame ayudarte. —La respiración de Alex era rápida y entrecortada. —Te llevaré a la<br />

caravana.<br />

Daisy gimió cuando la alzó en brazos, odiando que la moviera y la hiciera sentir más dolor.<br />

—N<strong>un</strong>ca te perdonaré por esto —susurró.<br />

—Ya, ya lo sé.<br />

Una abrasadora estela de fuego le bajaba desde el hombro al centro del pecho y desde el<br />

vientre hasta la cadera. Sentía tanto dolor que no se dio cuenta de que habían atravesado el<br />

recinto y entrado en la caravana hasta que Alex la dejó sobre la cama.<br />

Una vez más, Daisy apartó la mirada de él, mordiéndose los labios para no gritar cuando su<br />

marido le quitó lentamente el destrozado maillot.<br />

—Tu pecho... —él contuvo el aliento. —Tienes <strong>un</strong> verdugón, pero no tienes la piel cortada, sólo<br />

amoratada.<br />

El colchón se movió cuando él se levantó, pero regresó enseguida.<br />

—Sentirás frío. Voy a ponerte <strong>un</strong>a compresa.<br />

Daisy dio <strong>un</strong> respingo cuando él le cubrió la piel ardiente con <strong>un</strong>a toalla húmeda y fría. Apretó<br />

los párpados, deseando que pasara todo.<br />

La toalla se calentó por la piel ardiente y Alex se la quitó para reemplazarla por otra. El colchón<br />

se h<strong>un</strong>dió de nuevo cuando él se sentó a su lado. Comenzó a hablar, con voz suave y ronca.<br />

—No soy... no soy tan pobre como te he hecho creer. Doy clases en la <strong>un</strong>iversidad, pero... pero<br />

además me dedico a la compraventa de arte ruso. Y soy asesor en alg<strong>un</strong>os de los mejores museos<br />

del país.<br />

Las lágrimas se deslizaron por los párpados de Daisy y cayeron en la almohada. Cuando las<br />

compresas comenzaron a surtir efecto, el dolor disminuyó y se convirtió en <strong>un</strong> latido sordo y<br />

vibrante.<br />

Alex continuó hablando con frases entrecortadas y titubeantes.<br />

—Me consideran <strong>un</strong>a autoridad en iconografía rusa en... en Estados Unidos. Tengo dinero.<br />

Prestigio. Pero no quería que lo supieras. Quería que pensaras que era <strong>un</strong> inculto y pobre<br />

trabajador del circo. Quería... ahuyentarte.<br />

—Ya no me importa —se obligó a decir Daisy.<br />

Alex hablaba ahora con rapidez, como si se le acabara el tiempo.<br />

—Poseo <strong>un</strong>a... <strong>un</strong>a gran casa de ladrillo. En Connecticut, no lejos del campus. —Con <strong>un</strong> toque<br />

ligero como <strong>un</strong>a pluma, reemplazó la compresa por <strong>un</strong>a nueva. —Está repleta de arte y cosas<br />

bellas y también... también tengo <strong>un</strong> granero en la parte de atrás con <strong>un</strong> establo para Misha.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 221

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