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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

<strong>un</strong> poco, él la ignoró cuando le pidió que disminuyera la velocidad mientras se pintaba los ojos y<br />

además protestó cuando la laca le salpicó la cara.<br />

Alex compró el desay<strong>un</strong>o de Daisy en Orangeburg, Carolina del Sur. Detuvo la camioneta en <strong>un</strong><br />

lugar decorado con <strong>un</strong> caldero de cobre rodeado por barras de pan brillantes. Después de<br />

desay<strong>un</strong>ar, Daisy se metió en el baño y se fumó los tres cigarrillos que le quedaban. Cuando salió<br />

se dio cuenta de dos cosas. Una atractiva camarera coqueteaba con Alex, y él no hacía nada para<br />

desalentarla.<br />

Daisy lo observó ladear la cabeza y sonreír por algo que había dicho la chica. Experimentó <strong>un</strong>a<br />

p<strong>un</strong>zada de celos al ver que parecía gustarle la compañía de la camarera más que la suya. Se<br />

disponía a ignorar lo que estaba ocurriendo cuando recordó la promesa que había hecho de<br />

honrar sus votos matrimoniales. Con resignación, enderezó los hombros y se acercó a la mesa<br />

donde dirigió a la empleada su sonrisa más radiante.<br />

—Muchas gracias por hacerle compañía a mi marido mientras estaba en el baño.<br />

La camarera, en cuya placa identificativa se leía Kimberly, pareció algo sorprendida por la<br />

actitud amistosa de Daisy.<br />

—Ha sido muy amable por tu parte —Daisy bajó la voz a <strong>un</strong> fuerte susurro. —Nadie se ha<br />

portado bien con él desde que salió de prisión.<br />

Alex se atragantó con el café.<br />

Daisy se inclinó para darle <strong>un</strong>a palmadita en la espalda mientras le dirigía <strong>un</strong>a sonrisa radiante a<br />

la estupefacta Kimberly.<br />

—No me importan todas las pruebas que presentó el fiscal. N<strong>un</strong>ca he creído que asesinara a<br />

aquella camarera.<br />

Ante aquella declaración Alex volvió a atragantarse. Kimberly retrocedió con rapidez.<br />

—Lo siento. Ya ha terminado mi turno.<br />

—Pues hala, vete —dijo Daisy alegremente. —¡Y que Dios te bendiga!<br />

Alex controló finalmente la tos. Se levantó de la mesa con <strong>un</strong>a expresión todavía más enojada<br />

de lo que era habitual en él. Antes de que tuviese oport<strong>un</strong>idad de abrir la boca, Daisy extendió la<br />

mano y le puso <strong>un</strong> dedo en los labios.<br />

—Por favor, no me estropees este momento, Alex. Es la primera vez desde nuestra boda que te<br />

gano por la mano y quiero disfrutar de cada precioso seg<strong>un</strong>do.<br />

Él la miró como si fuese a estrangularla, pero se limitó a arrojar varios billetes sobre la mesa y a<br />

empujarla fuera del restaurante.<br />

—¿Vas a ponerte gruñón? —Las sandalias de Daisy resbalaban en la grava mientras él la<br />

arrastraba hacia la camioneta y la fea caravana verde. —Ya lo decía yo. Eres el hombre más gruñón<br />

que he conocido n<strong>un</strong>ca. Y no te sienta bien, nada bien, Alex. Tanto si lo aceptas como si no, estás<br />

casado y por lo tanto no deberías...<br />

—Entra antes de que te zurre en público.<br />

Allí estaba otra vez, otra de sus enloquecedoras amenazas. ¿Quería decir eso que no la zurraría<br />

si lo obedecía o simplemente que no pensaba zurrarla en público? Todavía cavilaba sobre esa<br />

cuestión tan desagradable cuando él puso en marcha la camioneta. Momentos después estaban<br />

de nuevo en la carretera.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 37

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