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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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Sheba se acercó con rapidez.<br />

—Por el amor de Dios, Alex, hay periodistas en el recinto.<br />

<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Mientras la dejaba en el suelo, Daisy se preparó para sufrir <strong>un</strong>a bronca de Alex. Pero para su<br />

sorpresa, Alex se volvió hacia Neeco.<br />

—Creo que Tater ha captado el mensaje la primera vez.<br />

Neeco se puso rígido.<br />

—Sabes tan bien como yo que no hay nada más peligroso que <strong>un</strong> elefante se vuelva contra sus<br />

adiestradores.<br />

Daisy no pudo morderse la lengua.<br />

—¡Es sólo <strong>un</strong> bebé! Y fue culpa mía. No me he puesto perfume y se enfadó conmigo.<br />

—Cállate, Daisy —dijo Alex con suavidad.<br />

—Tu bebé pesa <strong>un</strong>a tonelada —dijo Neeco apretando los labios. —No dejaré que ning<strong>un</strong>o de<br />

los que trabaja conmigo se ponga sentimental con los animales. No podemos correr riesgos.<br />

Actuando de esa manera pones en peligro la vida de la gente; los animales tienen que saber quién<br />

manda.<br />

Daisy dejó salir toda su frustración.<br />

—¡Las vidas de los animales también tienen valor! Tater no pidió que lo encerraran en <strong>un</strong> circo.<br />

No pidió que lo llevaran por todo el país en <strong>un</strong> remolque maloliente, ni que le ataran para ser<br />

exhibido delante de personas ignorantes. Dios no creó a los elefantes para que hicieran equilibrios<br />

sobre sus patas. Los creó para que vagaran libres.<br />

Sheba se cruzó de brazos y alzó <strong>un</strong>a ceja con ironía.<br />

—Ya la veo tirando pintura roja a los abrigos de piel. Alex, controla a tu esposa o la echaré de<br />

mi circo.<br />

Ni el más mínimo atisbo de emoción cruzó por la cara de Alex cuando sus ojos se encontraron<br />

con los de Sheba.<br />

—Daisy es la encargada de los elefantes. Por lo que he visto, sólo cumplía con su trabajo.<br />

A Daisy casi se le detuvo el corazón. ¿Sería posible que su marido la estuviera defendiendo?<br />

El placer de la joven se desvaneció cuando él se volvió hacia ella, señalando con la cabeza el<br />

remolque de los elefantes.<br />

—Se está haciendo tarde y aún no lo has limpiado con la manguera. Vuelve al trabajo.<br />

Ella se dio la vuelta y, deseando que los tres se fueran al infierno, volvió a su tarea. Sabía que<br />

los animales que viajaban con el circo debían estar bajo control, pero la idea de que estaban<br />

siendo obligados a comportarse en contra de su naturaleza, le molestaba. Tal vez encontrara tan<br />

perturbadora su situación porque sentía que tenía algo en común con ellos. Como los animales del<br />

circo, estaba cautiva contra su vol<strong>un</strong>tad y, como ellos, su guardián tenía todo el control.<br />

Sheba casi había llegado al vagón rojo cuando la abordó Brady Pepper. A pesar de lo molesta<br />

que estaba con Brady, no podía negar lo apuesto que era, con aquella piel aceit<strong>un</strong>ada y esos<br />

rasgos fuertes y firmes. A<strong>un</strong>que tenía cuarenta y dos años, sólo había <strong>un</strong>as pocas hebras plateadas<br />

en el pelo rizado del acróbata y aquel atlético y poderoso cuerpo que poseía no tenía ni <strong>un</strong> ápice<br />

de grasa.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 89

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