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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

doblegándose ante vol<strong>un</strong>tades más fuertes que la suya, asustada de enfrentarse a cualquiera,<br />

intentando complacer a todo el m<strong>un</strong>do menos a sí misma. Los ojos del tigre le revelaron todo lo<br />

que quería mantener oculto.<br />

Y luego parpadeó.<br />

El tigre.<br />

No ella.<br />

Daisy observó con asombro cómo desaparecían las marcas blancas de las orejas. El animal<br />

estiró su enorme cuerpo y se dejó caer sobre el suelo de la jaula, desde donde la miró con<br />

gravedad y le dio su veredicto:<br />

«Eres débil y cobarde.»<br />

Daisy comprendió la verdad que le dictaban los ojos del tigre, y la sensación de victoria por<br />

haber sido capaz de sostenerte la mirada se evaporó dejándole las piernas débiles y flojas. La<br />

joven se h<strong>un</strong>dió en la hierba, donde se sentó en silencio y se abrazó las rodillas, observando al<br />

animal sin miedo, a<strong>un</strong>que con cierto recelo.<br />

Oyó la música que an<strong>un</strong>ciaba el fin del espectáculo, las voces de los trabajadores que iban de<br />

<strong>un</strong> lado para otro del recinto y los sonidos habituales mientras recogían los puestos. Casi no había<br />

dormido la noche anterior y se fue adormeciendo poco a poco. Se le cayeron los párpados, pero<br />

no llegó a cerrarlos por completo. Apoyó la mejilla en las rodillas y continuó observando al tigre<br />

con los ojos entrecerrados mientras él le sostenía la mirada.<br />

Estaban solos en el m<strong>un</strong>do; dos almas perdidas. Daisy percibió cada latido. El aire le llenaba los<br />

pulmones y el miedo se evaporó lentamente. Experimentó <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do sentimiento de paz. El<br />

alma de la joven se <strong>un</strong>ió a la del animal y se convirtieron en <strong>un</strong>o solo; en ese momento podría<br />

haber sido la comida y el sustento del animal, porque no existía ning<strong>un</strong>a barrera entre ellos.<br />

Y entonces, más rápidamente de lo que hubiera podido imaginar, la paz se rompió y se sintió<br />

golpeada por <strong>un</strong>a explosión de dolor que la hizo gemir. En el fondo de su mente supo que ese<br />

dolor provenía del tigre, no de ella, pero eso no hizo que le doliera menos.<br />

«Santo Dios.» Se agarró el estómago y se dobló sobre sí misma. ¿Qué le estaba ocurriendo?<br />

«¡Dios mío, haz que se detenga!» No podía soportarlo.<br />

Cayó de bruces en el suelo y en ese momento supo que iba a morir.<br />

Tan bruscamente como había empezado, el dolor desapareció. Respiró hondo y se puso de<br />

rodillas temblando.<br />

Los ojos del tigre ardieron de furia contenida. «Ahora sabes cómo se siente <strong>un</strong> cautivo.»<br />

Alex estaba furioso. Miró a Sheba Quest y, después, el látigo que él tenía enroscado en el puño.<br />

La noche del sábado era el día de cobro de los empleados y alg<strong>un</strong>os ya estaban borrachos, así que<br />

llevaba el látigo como medida disuasoria. Sin embargo, no eran los trabajadores los que le<br />

molestaban.<br />

—¡A mí no me roba nadie! —declaró Sheba, —y Daisy no va a librarse de ésta porque sea tu<br />

esposa. —El tono bajo y firme acentuaba la rabia contenida de la dueña del circo. El pelo rojo<br />

lanzaba destellos de fuego sobre su espalda y le chispeaban los ojos.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 67

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