Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
<strong>un</strong> taburete y se lo puso al lado. Luego le dio <strong>un</strong> trozo de cuerda. Por <strong>un</strong> momento Daisy no supo<br />
para qué era. —Pásala entre los barrotes para que haga de bisagra —dijo Alex. —Carga tu peso<br />
contra la puerta para sujetarla. Y por el amor de Dios, estate preparada para saltar hacia atrás si<br />
decide atacar.<br />
Alex se colocó detrás de ella y le deslizó las manos alrededor de las caderas para sostenerla.<br />
Con su ayuda, intentó hacer lo que él había dicho: sujetar la puerta cerrada con el hombro<br />
mientras anudaba la cuerda alrededor de la bisagra rota. Comenzó a temblar debido a la tensión<br />
de su postura. Sintió el bulto del arma que Alex había metido en la cinturilla de los vaqueros. Su<br />
marido la sujetó con más fuerza.<br />
—Ya casi está, cariño.<br />
El nudo era grande y tosco, pero servía. Daisy dejó caer los brazos. Alex la bajó del taburete y la<br />
estrecho contra su pecho.<br />
La joven permaneció inmóvil <strong>un</strong>os instantes, agradeciendo su consuelo antes de levantar la<br />
mirada hacia aquellos ojos tan parecidos a los del tigre. Saber que amaba a ese hombre era<br />
aterrador. Eran muy diferentes, pero sentía la llamada de su alma tan claramente como si Alex<br />
hubiese hablado en voz alta.<br />
—Siento haberte asustado.<br />
—Ya hablaremos de eso después.<br />
La arrastraría a la caravana para fustigarla en privado. Puede que eso fuera la gota que colmara<br />
el vaso; lo que haría que Alex se deshiciera de ella. Daisy ahuyentó ese pensamiento y se alejó de<br />
él.<br />
—No puedo irme aún. Le he dicho A Sinj<strong>un</strong> que me quedaría <strong>un</strong> rato con él.<br />
Las líneas de tensión de la cara de Alex se hicieron más prof<strong>un</strong>das, pero no la cuestionó.<br />
—Vale.<br />
Max se acercó a ellos.<br />
—¡Eres idiota! ¡Es increíble que aún estés viva! ¿En qué diablos estabas pensando? Jamás<br />
vuelvas a hacer <strong>un</strong>a cosa así. De todo lo que...<br />
Alex le interrumpió.<br />
—Cállate, Max. Yo me encargaré de esto.<br />
—Pero...<br />
Alex arqueó <strong>un</strong>a ceja y de inmediato Max Petroff guardó silencio. Ese sencillo gesto de su<br />
marido había sido suficiente. Daisy n<strong>un</strong>ca había visto a su dominante padre ceder ante nadie, y ese<br />
hecho le recordó la historia que le había contado. Durante siglos los Petroff habían tenido el deber<br />
de obedecer los deseos de los Romanov.<br />
En ese momento, Daisy aceptó que lo que su padre le había contado era cierto, pero ahora lo<br />
que le importaba era Sinj<strong>un</strong>, que parecía inquieto y encrespado.<br />
—Amelia se preg<strong>un</strong>tará dónde estoy —dijo su padre a sus espaldas. —Será mejor que me vaya.<br />
Adiós, Theodosia. —Max rara vez la tocaba y Daisy se sorprendió al sentir el suave roce de su<br />
mano en el hombro. Antes de que ella pudiera responder, su padre se despidió de Alex y se fue.<br />
La actividad del circo había vuelto a la normalidad. Jack hablaba con la profesora mientras la<br />
ayudaba a escoltar a los niños hasta el jardín de infancia. Neeco y los demás habían vuelto a su<br />
trabajo. Sheba se acercó a ellos.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 166