Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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CAPÍ ÍTULLO 04<br />
—¿Qué coño haces aquí fuera?<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Daisy abrió los ojos de golpe y, alzando la vista, vio los mismos ojos dorados que plagaban sus<br />
pesadillas. Por <strong>un</strong> momento, no pudo recordar dónde estaba, pero luego le vino todo a la cabeza:<br />
Alex, la boda, el látigo de fuego...<br />
Fue consciente de las manos de Alex en los hombros, era lo único que le había impedido caerse<br />
de la camioneta cuando él había abierto la puerta. Se había escondido allí porque no tenía valor<br />
para pasar la noche en aquella caravana donde sólo había <strong>un</strong>a cama y <strong>un</strong> desconocido de pasado<br />
misterioso que blandía látigos.<br />
Intentando escabullirse de sus manos se movió hacia el centro del asiento, alejándose de él<br />
todo lo que pudo.<br />
—¿Qué hora es?<br />
—Algo más de medianoche. —Él apoyó <strong>un</strong>a mano sobre el marco de la puerta y la miró con<br />
esos extraños ojos color ámbar que habían plagado las pesadillas de Daisy. En lugar del traje de<br />
cosaco llevaba <strong>un</strong>os gastados vaqueros y <strong>un</strong>a descolorida camiseta negra, pero eso no lo hacía<br />
parecer menos amenazador.<br />
—Cara de ángel, ocasionas más problemas de lo que vales.<br />
Ella fingió alisarse la ropa intentando ganar tiempo. Después de la última f<strong>un</strong>ción, había ido a la<br />
caravana donde vio los látigos que él había usado durante la actuación sobre la cama, como si los<br />
hubiera dejado allí para utilizarlos más tarde. Había procurado no mirarlos mientras estaba de pie<br />
frente a la ventana observando cómo desmontaban la carpa.<br />
Alex daba órdenes al tiempo que echaba <strong>un</strong>a mano a los hombres, y Daisy se había fijado en los<br />
músculos tensos de sus brazos al cargar <strong>un</strong> montón de asientos en la carretilla elevadora y tirar de<br />
la cuerda. En ese momento había recordado las veladas amenazas que él había hecho antes y las<br />
desagradables consecuencias que caerían sobre ella si no hacía lo que él quería. Exhausta y<br />
sintiéndose más sola que n<strong>un</strong>ca, fue incapaz de considerar los látigos que descansaban sobre la<br />
cama como meras herramientas de trabajo. Sentía que la amenazaban. Fue entonces cuando supo<br />
que no tenía valor para dormir en la caravana, ni siquiera en el sofá.<br />
—Venga, vamos a la cama.<br />
Los últimos vestigios del sueño se desvanecieron y Daisy se puso en guardia de inmediato. La<br />
oscuridad era absoluta, no podía ver nada. La mayoría de los camiones habían desaparecido y los<br />
trabajadores con ellos.<br />
—He decidido dormir aquí.<br />
—Creo que no. Por si no te has dado cuenta, estás tiritando.<br />
Estaba en lo cierto. Cuando había entrado en la camioneta no hacía frío, pero la temperatura<br />
había descendido desde entonces.<br />
—Estoy muy bien —mintió.<br />
Él se encogió de hombros y se pasó la manga de la camiseta por <strong>un</strong> lado de la cara.<br />
—Considera esto como <strong>un</strong>a advertencia amistosa. Apenas he dormido en tres días. Primero<br />
tuvimos <strong>un</strong>a tormenta y casi perdimos la cubierta del circo, luego he tenido que hacer dos viajes a<br />
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