Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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Daisy miró la picana con desagrado.<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—¿Les das descargas? ¿No te parece que es <strong>un</strong>a medida muy drástica?<br />
—Cuando se trabaja con animales no se puede ser sentimental. Puede que los quiera mucho,<br />
pero no soy estúpido. Tienen que saber quién es el que manda, quién lleva aquí la voz cantante.<br />
—Neeco, esto no es para mí. Ya le he dicho a todo el m<strong>un</strong>do que los animales me dan miedo,<br />
pero nadie me hace caso.<br />
—Acabarás por superarlo. Sólo necesitas pasar algún tiempo con ellos. No les gustan las<br />
personas ni los ruidos inesperados, así que tienen que verte venir. —Le quitó el pincho de la mano<br />
y le dio la picana a cambio. —Si te ven con ella te respetarán más. Los pequeños son fáciles de<br />
controlar; <strong>un</strong> par de descargas rápidas si no te hacen caso y listo. Cuando uses el pincho, ap<strong>un</strong>ta<br />
detrás de las orejas, es donde más les molesta.<br />
Ella sintió como si estuviera siendo obligada a sujetar algo obsceno. Miró a los elefantitos y vio<br />
que Tater le devolvía la mirada. El animal observó la picana y, a<strong>un</strong>que tal vez fuera cosa de su<br />
imaginación, Daisy pensó que parecía decepcionado.<br />
Cuando Neeco se marchó, ella se acercó a los animalitos tosiendo para no sorprenderlos. Ellos<br />
levantaron la cabeza y se removieron inquietos al ver lo que llevaba en la mano. Bam abrió la boca<br />
y emitió <strong>un</strong> fuerte barrito de tristeza.<br />
Debían de estar acostumbrados a que les dieran descargas eléctricas. Daisy pensó lo mucho<br />
que comenzaba a desagradarle Neeco Martin. Más que incrementar la confianza en sí misma, la<br />
picana hacía que se sintiera incómoda. No importaba lo mucho que le asustaran los animales,<br />
jamás podría hacerles daño, así que dejó el artilugio detrás de <strong>un</strong>a bala de heno.<br />
Miró con anhelo la caravana de Alex. Sólo tres días antes la había considerado repugnante,<br />
pero ahora le parecía el lugar más acogedor del m<strong>un</strong>do. Se recordó a sí misma que si había podido<br />
limpiar el remolque, también podía sobrevivir a eso.<br />
Se acercó a las bestias de nuevo, esta vez sin la picana. Ellos la observaron durante <strong>un</strong><br />
momento. Satisfechos de que ella ya no supusiera <strong>un</strong>a amenaza, se dedicaron a remover el heno.<br />
Todos salvo Tater. ¿Sería cosa de su imaginación o él le estaba realmente sonriendo? ¿Y no<br />
tenía esa sonrisa cierto toque diabólico?<br />
—Elefantes bonitos. Elefantitos b-bonitos —canturreó ella. —Daisy es buena. Daisy es<br />
muuuuuy buena.<br />
Pebbies y Bam levantaron la cabeza y se miraron el <strong>un</strong>o al otro, y ella hubiera jurado que<br />
incluso habían puesto los ojos en blanco. Tater, mientras tanto, levantó <strong>un</strong> fardo de heno y lo dejó<br />
caer sobre su lomo. A<strong>un</strong>que los demás elefantes continuaron observándola, Tater no estaba<br />
molesto por la presencia de la joven. Parecía el más sociable de todos.<br />
El animal dejó caer otro fardo de heno sobre su lomo. Daisy se acercó <strong>un</strong>os pasos más, hasta<br />
que sólo hubo tres metros entre ellos. Tater comenzó a resollar en la paja.<br />
—Tater bonito. Tater es <strong>un</strong> elefantito muy bonito. —Se acercó a él <strong>un</strong>os centímetros más,<br />
susurrándole tonterías como si fuera <strong>un</strong> bebé de verdad. —Niño bonito. Sé bueno. —Comenzó a<br />
temblarle la voz. —Tater tiene que ser más educado. —Estaba tan cerca que podía palmearle la<br />
trompa, y Daisy sintió la piel húmeda y pegajosa por el sudor. —A Tater le gusta Daisy. Daisy es<br />
amiga de Tater. —Alargó la mano lentamente, obligándose a hacerlo centímetro a centímetro,<br />
diciéndose a sí misma que los elefantes no comían personas, tan sólo... «¡Zas!»<br />
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