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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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—¿Estudiaste en la Universidad de Carolina del Norte?<br />

<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Hice prácticas allí, pero me licencié y doctoré en la Universidad de Nueva York.<br />

—Me cuesta imaginarlo.<br />

Alex le rozó la barbilla con el pulgar.<br />

—Esto no cambia nada. Todavía diluvia, tenemos <strong>un</strong>a f<strong>un</strong>ción que hacer y estás tan hermosa<br />

que lo único que quiero es quitarte el albornoz y volver a jugar a los médicos.<br />

Daisy se obligó a dejar de lado las preocupaciones y a vivir el presente, al menos de momento.<br />

Esa noche, a mitad de la f<strong>un</strong>ción, se levantó viento. Cuando los laterales de la lona de nailon del<br />

circo comenzaron a hincharse y deshincharse como <strong>un</strong> gran fuelle, Alex ignoró la afirmación de<br />

Sheba de que la tormenta amainaría y ordenó a Jack que suspendiera la f<strong>un</strong>ción.<br />

El maestro de ceremonias lo an<strong>un</strong>ció de manera discreta, diciéndole al público que necesitaban<br />

bajar la cubierta del circo como medida de seguridad, garantizando a todos el reembolso de la<br />

entrada. Mientras Sheba echaba humo por el dinero perdido, Alex dio instrucciones a los músicos<br />

de tocar <strong>un</strong>a alegre melodía para acelerar la salida de la gente.<br />

Parte del público se detuvo bajo el toldo de entrada para no mojarse y tuvieron que animarlo<br />

para que continuara saliendo. Mientras ayudaba a la evacuación, Alex sólo pensaba en Daisy; en si<br />

habría seguido sus órdenes de permanecer en la camioneta hasta que amainara el viento.<br />

¿Y si no lo había hecho? ¿Y si estaba ahí fuera en ese momento, bajo el viento y la lluvia, por si<br />

se había perdido algún niño o para ayudar a <strong>un</strong> anciano a llegar hasta su coche? ¡Maldición, seguro<br />

que era así! Daisy tenía más corazón que sentido común y se olvidaría de su propia seguridad si<br />

sabía que alguien estaba en problemas.<br />

Un sudor frío le cubrió la piel y tuvo que recurrir a todo su control para mirar con gesto<br />

tranquilo al público que pasaba por su lado. Se dijo a sí mismo que ella estaría bien, e incluso<br />

esbozó <strong>un</strong>a sonrisa cuando recordó la jugarreta que le había hecho antes. Se había reído más en el<br />

tiempo que llevaban j<strong>un</strong>tos que en toda su vida. N<strong>un</strong>ca sabía cuál sería la próxima ocurrencia de<br />

su esposa. Lo hacía sentirse como el niño que n<strong>un</strong>ca había sido. ¿Qué haría cuando ella se fuera?<br />

Se negaba a pensar en ello. Lo superaría y p<strong>un</strong>to, tal como había hecho con todo lo demás. La vida<br />

lo había convertido en <strong>un</strong> solitario, y era así como le gustaba vivir.<br />

Cuando el último de los espectadores abandonó el circo, el viento había arreciado y la<br />

empapada lona se abombaba por las ráfagas. Alex tenía miedo de perder la cubierta si no la<br />

aseguraban con rapidez, y se movió de <strong>un</strong> grupo a otro para ordenar y ayudar a aflojar las cuerdas.<br />

Uno de los empleados soltó la cuerda antes de tiempo y le dio en la mejilla, pero Alex ya había<br />

sentido latigazos antes e ignoró el dolor. La fría lluvia cayó sobre él cegándole, el viento le revolvió<br />

el pelo y, durante todo el tiempo que estuvo trabajando, pensaba en Daisy. «Será mejor que estés<br />

en la camioneta, ángel. Por tu propia seguridad y por la mía.»<br />

Daisy estaba agazapada en el centro de la jaula de Sinj<strong>un</strong> con el tigre acurrucado a su lado y la<br />

lluvia entrando por los barrotes. Alex no confiaba en la seguridad de la caravana durante la<br />

tormenta y le había dicho que se metiera en la camioneta hasta que amainara el viento. Se dirigía<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 185

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