Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—¡No! —la palabra surgió de lo más prof<strong>un</strong>do del pecho de Daisy. ¡No dejaría que Sheba le<br />
hiciera eso, ni siquiera por Sinj<strong>un</strong>! ¿De qué serviría salvar a <strong>un</strong> magnífico tigre si con ello destruía a<br />
otro? Atravesó la puerta a toda velocidad y entró en la pista, haciendo volar el serrín mientras<br />
corría hacia Alex. Cuando llegó hasta su marido lo cogió del brazo y tiró de él para que se pusiera<br />
en pie.<br />
—¡Levántate, Alex! ¡No lo hagas! No se lo permitas.<br />
Él no apartaba la mirada de Sheba Quest. Sus ojos parecían llamas ardientes.<br />
—Tú me lo dijiste <strong>un</strong>a vez, Daisy. Nadie puede humillarme. Sólo yo puedo rebajarme.<br />
Alex levantó la cabeza, con la boca fr<strong>un</strong>cida en <strong>un</strong> gesto de desprecio. A<strong>un</strong>que estaba de<br />
rodillas, jamás había parecido tan regio. Era el zar en persona. El rey de la pista central.<br />
—Te lo ruego, Sheba —dijo con firmeza. —No permitas que le ocurra nada a ese tigre.<br />
Daisy se aferró al brazo de Alex y se dejó caer de rodillas a su lado.<br />
Brady soltó <strong>un</strong>a exclamación.<br />
Y Sheba Quest curvó los labios en <strong>un</strong>a media sonrisa. La expresión que tenía en la cara era <strong>un</strong>a<br />
irritante combinación de admiración y satisfacción.<br />
—Qué hijo de perra eres. Al final será verdad que la amas después de todo.<br />
Miró a Daisy, arrodillada al lado de Alex.<br />
—Por si aún no te has dado cuenta, Alex te ama. Tu tigre estará de vuelta mañana por la<br />
mañana. Ya me lo agradecerás en otro momento. Ahora, ¿tengo que seguir haciendo yo el trabajo<br />
sucio o piensas que puedes encargarte tú sola de esto sin volver a joderlo todo?<br />
Daisy clavó la mirada en ella, tragó saliva, y asintió con la cabeza.<br />
—Bien, porque ya estoy harta de que todos estén preocupados por ti.<br />
Brady comenzó a maldecir por lo bajo.<br />
Alex entrecerró los ojos.<br />
Y Sheba Quest, la orgullosa reina de la pista central, pasó majestuosamente j<strong>un</strong>to a ellos con la<br />
cabeza en alto y su brillante pelo rojizo ondeando como <strong>un</strong> estandarte del circo.<br />
Brady la alcanzó antes de que llegara a la puerta trasera, pero antes de que él pudiera decir<br />
algo, ella se volvió y le clavó el dedo índice en el pecho con tanta fuerza como pudo.<br />
—¡Y que n<strong>un</strong>ca vuelva a oírte decir que no soy buena persona!<br />
Lentamente, <strong>un</strong>a picara sonrisa reemplazó la mirada atontada en la cara de Brady. Sin decir<br />
palabra, se inclinó y se la cargó al hombro.<br />
Arrodillados todavía en el serrín de la pista, Daisy sacudió la cabeza con desconcierto y miró a<br />
Alex.<br />
—Sheba lo tenía planeado todo. Sabía que Brady y yo no podríamos resistirnos a escuchar a<br />
escondidas. De alg<strong>un</strong>a manera sabía cómo me sentía y ha preparado toda esta charada para que<br />
vea que es verdad que me amas.<br />
Los ojos que cayeron sobre ella eran tan duros y fríos como el ámbar, y además estaban<br />
furiosos.<br />
—Ni <strong>un</strong>a palabra. —Ella abrió la boca. —¡Ni <strong>un</strong>a palabra!<br />
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