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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Y no cualquier Romanov. Me ha dicho que eres el nieto del zar Nicolás II.<br />

—No quiero tener que repetírtelo. Alex la miró con tal arrogancia que no le resultó difícil<br />

imaginarlo sentado en el trono de Catalina la Grande mientras le ordenaba a alg<strong>un</strong>a de las<br />

obstinadas mujeres Petroff que se lanzara al Volga.<br />

—Dice que eres el heredero de la corona rusa.<br />

—Calla y haz lo que te digo.<br />

Daisy contuvo <strong>un</strong> suspiro. «Señor, qué difícil estaba siendo.» Parecía que no había nada como<br />

<strong>un</strong>a declaración de amor para que ese ruso se lanzara al ataque. A Daisy le costó trabajo<br />

sostenerle la mirada con algo de dignidad cuando sólo llevaba puesta la ropa interior y él parecía<br />

tan alarmantemente omnipotente, pero lo hizo lo mejor que pudo. Estaba claro que ése no era el<br />

momento adecuado para obtener las respuestas que deseaba de él.<br />

—Y cuando me quites los vaqueros, hazlo de rodillas —le dijo Alex con desdén.<br />

«¡Mamón insufrible!»<br />

Él apretó los labios.<br />

—Ahora.<br />

Daisy respiró hondo tres veces. N<strong>un</strong>ca hubiera imaginado que él la presionaría de esa manera.<br />

Le sorprendía cómo reaccionaba <strong>un</strong> hombre bajo los efectos del miedo. Y ahora tenía intención de<br />

presionarla para que ella retirara aquella declaración de amor. ¿Cuántos tigres tenía que<br />

domesticar en <strong>un</strong> día?<br />

Al estudiar los arrogantes ojos entornados de Alex, la llamarada insolente de sus fosas nasales,<br />

Daisy sintió <strong>un</strong>a inesperada oleada de ternura. Pobrecito. Se enfrentaba al miedo de la única<br />

manera que sabía y castigarlo sólo lo pondría más a la defensiva. «Oh, Alex, ¿qué le hizo el látigo<br />

de tu tío?»<br />

Lo miró a los ojos y se puso de rodillas. La in<strong>un</strong>dó <strong>un</strong>a oleada de sensaciones al ver lo excitado<br />

que estaba. Ni siquiera el miedo podía evitarlo. Alex cerró los puños.<br />

—¡Maldita sea! ¿Y tu orgullo?<br />

Daisy se sentó sobre los talones y miró aquella cara dura e inflexible; esa combinación eslava de<br />

pómulos prominentes y prof<strong>un</strong>das sombras, así como las pálidas líneas de tensión que le<br />

enmarcaban la boca.<br />

—¿Mi orgullo? Está en mi corazón, por supuesto.<br />

—¡Estás permitiendo que te humille!<br />

Ella sonrió.<br />

—Tú no puedes humillarme. Sólo yo puedo rebajarme. Y me arrodillo ante ti para desnudarte<br />

porque eso me excita.<br />

Un traidor silencio se extendió entre ellos. Alex parecía muy torturado y a Daisy le dolió verlo<br />

así. Se inclinó hacia él y apretó los labios contra aquel duro abdomen, justo encima de la cinturilla<br />

de los vaqueros. Le dio <strong>un</strong> ligero mordisco, luego tiró del botón hasta que cedió bajo sus dedos y le<br />

bajó la cremallera.<br />

A Alex se le puso la piel de gallina.<br />

—No te comprendo en absoluto. —Su voz sonó áspera.<br />

—Creo que a mí sí. Es a ti mismo a quien no comprendes.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 173

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