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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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CAPÍ ÍTULLO 08<br />

<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Aquí tienes la pala —dijo el hombre que se ocupaba de los elefantes. —Ahí está la carretilla. Y<br />

ahí el camión con el estiércol.<br />

Digger, que era quien se encargaba de los animales de Neeco Martin, el domador, le dio <strong>un</strong>a<br />

pala y se alejó cojeando. Era <strong>un</strong> hombre mayor que padecía artritis; tenía el rostro arrugado y los<br />

labios h<strong>un</strong>didos por la falta de dientes. Digger era ahora el jefe de Daisy.<br />

Daisy miró la pala. Ése era su castigo. Se había imaginado que Alex la mantendría confinada en<br />

la caravana, que utilizaría aquel lugar como <strong>un</strong>a celda ambulante, pero debería haber sabido que<br />

él no se conformaría con algo tan sencillo.<br />

La noche anterior Daisy había llorado en el sofá hasta quedarse dormida. No tenía ni idea de si<br />

Alex había dormido en la caravana ni de si había regresado. Por lo que ella sabía, hasta podía<br />

haber pasado la noche en compañía de <strong>un</strong>a de las showgirls. La invadió la tristeza. Alex apenas le<br />

había hablado esa mañana salvo para decirle que tendría que trabajar para Digger y que no debía<br />

abandonar el recinto sin su permiso.<br />

Desvió la mirada desde la pala que sostenía en la mano al interior del camión. Los elefantes ya<br />

habían bajado del remolque a través de <strong>un</strong>as anchas puertas correderas situadas en el centro de<br />

éste, justo encima de la rampa. A Daisy se le puso <strong>un</strong> nudo en el estómago y <strong>un</strong>a oleada de<br />

intranquilidad hizo que le subiera la bilis a la garganta. Había mucho estiércol. Muchísimo. En<br />

alg<strong>un</strong>as partes la paja estaba casi limpia. En otras había sido aplastada por las gigantescas patas de<br />

los paquidermos.<br />

Y aquel olor...<br />

Daisy volvió la cabeza y aspiró aire fresco. Su marido creía que era <strong>un</strong>a ladrona y <strong>un</strong>a mentirosa<br />

y, como castigo, la obligaba a trabajar con los elefantes a pesar de que ella le había dicho que los<br />

animales le daban miedo. Volvió a mirar hacia dentro del camión.<br />

Adiós a su modelito de Mary McFadden.<br />

Daisy se sintió derrotada y, justo en ese momento, supo que había fallado. No podría hacerlo.<br />

Otras personas parecían tener <strong>un</strong>a fortaleza a la que recurrir en tiempos de crisis, pero Daisy no.<br />

Era débil y no hacía nada a derechas. Todo lo que su padre y Alex habían dicho de ella era verdad.<br />

Sólo servía para charlar en las fiestas y eso no le valía de nada en este m<strong>un</strong>do. Con el sol cayendo a<br />

plomo sobre su cabeza, rebuscó en su interior, pero no encontró ni <strong>un</strong> ápice de coraje. Se dio por<br />

vencida. Tiró la pala sobre la rampa.<br />

—¿Ya te has dado por vencida?<br />

Daisy bajó la mirada. Alex estaba al pie de la rampa. Ella asintió lentamente con la cabeza.<br />

Él le sostuvo la mirada con las manos apoyadas en las caderas cubiertas por <strong>un</strong>os vaqueros<br />

descoloridos. —Los hombres han hecho apuestas sobre si harías o no el trabajo.<br />

—¿Y qué has apostado tú? —La voz de Daisy apenas era <strong>un</strong> susurro y a él le sonó como <strong>un</strong><br />

graznido.<br />

—No estás preparada para recoger mierda, cara de ángel. Cualquiera puede verlo. Pero, y sólo<br />

para que conste en acta, no he apostado nada.<br />

No era por lealtad hacia ella, de eso estaba segura, lo habría hecho para mantener su<br />

reputación como jefe. Lo miró con <strong>un</strong>a distante curiosidad.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 78

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