Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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—¡Mira, Dwayne! Es la pareja del circo.<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Daisy y Alex se separaron de golpe, como dos adolescentes pillados in fraganti por la policía.<br />
La dueña de la estridente voz era <strong>un</strong>a mujer de mediana edad, con <strong>un</strong> vestido de flores verde<br />
lima y <strong>un</strong> enorme bolso negro colgado del hombro. Su marido llevaba puesta <strong>un</strong>a gorra azul que<br />
cubría lo que, casi con toda seguridad, sería <strong>un</strong>a calva. El hombre tenía los pantalones enrollados<br />
en las pantorrillas y la camiseta de deporte se te ceñía a la prominente barriga.<br />
La mujer les brindó <strong>un</strong>a alegre sonrisa.<br />
—Hemos asistido a la f<strong>un</strong>ción. Éste es Dwayne. No se ha creído que estuvierais enamorados de<br />
verdad. Me aseguró que todo era falso, pero le dije que nadie podía fingir algo así. —Dio <strong>un</strong>a<br />
palmadita en la barriga de su marido. —Dwayne y yo llevamos casados treinta y dos años, así que<br />
sé reconocer el amor verdadero cuando lo veo.<br />
Al lado de Daisy, Alex estaba rígido y ponía cara de póquer, dejando que fuera ella quien<br />
sonriera al matrimonio.<br />
—Seguro.<br />
—Nada me gusta más que <strong>un</strong> matrimonio con los pies en el suelo.<br />
Alex saludó a la pareja con <strong>un</strong>a brusca inclinación de cabeza y agarró el brazo de Daisy para<br />
alejarla de allí. Daisy se volvió y les gritó:<br />
—¡Espero que disfruten de otros treinta y dos años ¡<strong>un</strong>tos!<br />
—Y vosotros también, tesoro.<br />
Dejó que Alex la arrastrara, sabiendo que no conseguiría nada protestando. El tema del amor lo<br />
ponía <strong>un</strong> nervioso que ella sintió el absurdo impulso de consolarlo. Cuando llegaron a los<br />
escalones que conducían l la carretera, se detuvo y se volvió hacia él.<br />
—Alex, no pasa nada. No voy a enamorarme de ti.<br />
En cuanto las palabras salieron de su boca, Daisy notó <strong>un</strong>a pequeña p<strong>un</strong>zada en el corazón. Eso<br />
la asustó, porque sabía que sería <strong>un</strong>a catástrofe enamorarse de él. Eran demasiado diferentes. Él<br />
era duro, serio y cínico, mientras que ella era justo lo contrario.<br />
Entonces, ¿por qué él provocaba algo tan elemental en su interior? ¿Y por qué ella parecía<br />
comprenderle tan bien cuando Alex no le había contado nada de su pasado ni sobre su vida fuera<br />
del circo? A pesar de todo, Daisy sabía que Alex la había ayudado a encontrarse a sí misma.<br />
Gracias a él era más independiente de lo que n<strong>un</strong>ca lo había sido. Por primera vez en su vida, se<br />
sentía bien consigo misma.<br />
Alex subió los escalones.<br />
—Eres <strong>un</strong>a romántica, Daisy. No es que me considere <strong>un</strong> ser irresistible, bien sabe Dios que no<br />
lo soy, pero llevo años observando que cuanto más indiferente se muestra <strong>un</strong> hombre, más<br />
interesada se vuelve la mujer.<br />
—Bah.<br />
Cuando llegaron arriba, él apoyó las caderas en la barandilla y la observó.<br />
—Lo he visto muchas veces. Las mujeres anhelan lo que no pueden tener, incluso a<strong>un</strong>que no<br />
sea bueno para ellas.<br />
—¿Es así como te consideras? Malo para las personas que te rodean.<br />
—No quiero hacerte daño. Por eso me molestó el cambio que hiciste en la caravana. Ahora es<br />
más acogedora y será más fácil vivir en ella, pero no quiero jugar a las casitas. A pesar de que<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 149