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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Eres <strong>un</strong>a buena chica, cariño. Se ha mostrado muy tímido con las mujeres desde que le<br />

diagnosticaron ese problema médico. Yo no hago más que decirle que los antibióticos hacen<br />

milagros y que no debe preocuparse por esas molestas enfermedades de transmisión sexual.<br />

La sonrisa de Tracy vaciló. Clavó los ojos en Daisy, luego en Alex y palideció.<br />

—El jefe me echará <strong>un</strong>a bronca si hablo demasiado tiempo con los clientes. Tengo que irme. —<br />

Se alejó apresuradamente de la mesa.<br />

La taza de café de Alex tintineó sobre el platillo.<br />

Daisy se enfrentó a él.<br />

—Ni se te ocurra decir nada, Alex. Hemos hecho <strong>un</strong>os votos sagrados.<br />

—Pero yo no creo en ellos.<br />

—Eres <strong>un</strong> hombre comprometido. Y los hombres comprometidos no ligan con las camareras.<br />

Por favor, procura no olvidarlo.<br />

Él le gritó de vuelta a la camioneta, insultándola con palabras tales como «inmadura»,<br />

«egoísta» o «intrigante». Sólo se calló cuando se pusieron en marcha.<br />

Habían recorrido en silencio casi dos kilómetros cuando ella creyó oír lo que parecía <strong>un</strong>a risita<br />

ahogada, pero cuando lo miró, vio la misma cara severa y seria de siempre. Como sabía que el<br />

alma rusa del oscuro Alex Markov no poseía ni la más mínima pizca de sentido del humor, dio por<br />

hecho que se había equivocado.<br />

Al atardecer, Daisy estaba muy cansada. Sólo esforzándose al máximo había sido capaz de<br />

terminar de limpiar la caravana, de ducharse, de preparar algo de comer y de llegar al vagón rojo a<br />

tiempo de atender la taquilla. Se habría demorado mucho más si Alex no hubiera limpiado los<br />

restos de tarta la noche anterior. Dado que había sido ella la que la había tirado, había sido <strong>un</strong>a<br />

sorpresa que la ayudara.<br />

Era sábado y escuchó sin querer las breves conversaciones que mantenían los trabajadores que<br />

se acercaban a recoger los sobres de su paga. Alex le había contado que alg<strong>un</strong>os de los<br />

trabajadores que montaban las carpas y trasladaban el equipo eran alcohólicos y drogadictos, pero<br />

que los sueldos bajos y las malas condiciones no atraían a empleados más estables. Alg<strong>un</strong>os<br />

llevaban años trabajando en el circo sólo porque no tenían otra parte donde ir. Otros eran<br />

aventureros atraídos por el encanto del m<strong>un</strong>do circense, pero generalmente nadie duraba mucho<br />

tiempo allí.<br />

Alex alzó la mirada del escritorio cuando Daisy entró en la caravana; en su cara se había<br />

dibujado lo que ella comenzaba a pensar que era <strong>un</strong> ceño perpetuo.<br />

—Las cuentas de ayer no cuadran.<br />

Había sido muy cuidadosa al dar el cambio y estaba segura de no haber cometido ningún error.<br />

Acercándose por detrás, miró las hojas pulcramente escritas.<br />

—¿Dónde?<br />

Alex señaló el libro de ingresos que había encima del escritorio.<br />

—He cotejado los números de las entradas con los recibos. Y no coinciden.<br />

Tardó sólo <strong>un</strong> momento en darse cuenta de qué era lo que pasaba.<br />

—No coinciden porque regalé alg<strong>un</strong>as entradas de cortesía. Fueron como <strong>un</strong>a docena.<br />

—¿Entradas de cortesía?<br />

—Para las familias pobres, Alex.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 58

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