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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

<strong>un</strong>a emisora de música clásica. Los olores hogareños de la cocina y los exuberantes acordes del<br />

Preludio en do menor de Rachmaninov in<strong>un</strong>daron la caravana. Hizo <strong>un</strong>a ensalada, añadió pechuga<br />

de pollo a la sartén y agregó el vino blanco que quedaba en <strong>un</strong>a botella que habían abierto hacía<br />

varios días.<br />

Se empañaron las ventanas y regueros de condensación se deslizaron por los cristales. La lluvia<br />

repiqueteaba contra el techo metálico, mientras los olores, la música suave y la acogedora cocina<br />

la mantenían en <strong>un</strong> cálido capullo. Puso la mesa con la descascarillada vajilla de porcelana china,<br />

las soperas de barro, las desparejadas copas y <strong>un</strong> viejo bote de miel que contenía <strong>un</strong>os tréboles<br />

rojos que había recogido en el campo el día anterior, antes de la fuga de Sinj<strong>un</strong>. Cuando<br />

finalmente miró a su alrededor, pensó que ning<strong>un</strong>a de las lujosas casas en las que había vivido<br />

antes le había parecido tan perfecta como aquella caravana destartalada.<br />

La puerta se abrió y entró Alex. El agua se le deslizaba por el impermeable amarillo y tenía el<br />

pelo pegado a la cabeza. Ella le pasó <strong>un</strong>a toalla mientras él cerraba la puerta. El estallido distante<br />

de <strong>un</strong> trueno sacudió la caravana.<br />

—Huele bien aquí dentro. —Él echó <strong>un</strong> vistazo a su alrededor, al interior cálidamente<br />

iluminado, y Daisy observó en su expresión algo que parecía anhelo. ¿Había tenido alg<strong>un</strong>a vez <strong>un</strong><br />

hogar? Por supuesto no cuando era niño, pero, ¿y de adulto?<br />

—Tengo la cena casi lista —dijo ella. —¿Por qué no te cambias?<br />

Mientras Alex se ponía ropa seca, ella llenó las copas de vino y revolvió la ensalada. En la radio<br />

sonaba Debussy. Cuando él regresó a la mesa con <strong>un</strong>os vaqueros y <strong>un</strong>a sudadera gris, ella ya había<br />

servido el pollo con arroz.<br />

Alex se sentó después de que Daisy tomara asiento. Cogió su copa y la levantó hacia ella en <strong>un</strong><br />

silencioso brindis.<br />

—No sé cómo estará la comida. He utilizado los ingredientes que tenía a mano.<br />

Alex la probó.<br />

—Está buenísima.<br />

Durante <strong>un</strong> rato comieron en <strong>un</strong> agradable silencio, disfrutando de la comida, la música y la<br />

acogedora caravana bajo la lluvia.<br />

—Te compraré <strong>un</strong> molinillo de pimienta con mi próximo sueldo —dijo ella, —así no tendrás que<br />

condimentar la comida con lo que contiene esa horrible lata.<br />

—No quiero que te gastes tu dinero en <strong>un</strong> molinillo para mí.<br />

—Pero si te gusta la pimienta.<br />

—Eso no viene al caso. El hecho es...<br />

—Si fuese a mí a quien le gustase la pimienta, ¿mi comprarías <strong>un</strong> molinillo?<br />

—Si quisieras...<br />

Ella sonrió.<br />

Alex pareció quedarse perplejo.<br />

—¿Es eso lo que quieres? ¿Un molinillo de pimienta?<br />

—Oh, no. A mí no me gusta la pimienta.<br />

Él curvó la boca.<br />

—Me avergüenza admitirlo, Daisy, pero parece que empiezo a entender estas conversaciones<br />

tan complejas que tienes.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 179

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