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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Ya sabes. Para que pase de ti. —Soltó <strong>un</strong> suspiro de pesar. —Debe de ser <strong>un</strong>a pena ser su<br />

novia tan poco tiempo.<br />

Daisy sonrió.<br />

—Yo no soy su novia. Soy su mujer.<br />

Heather se paró en seco y se puso pálida.<br />

—¡No es cierto!<br />

Daisy también se detuvo y, cuando vio la reacción de la chica, le tocó el brazo con<br />

preocupación.<br />

—Alex y yo nos casamos ayer por la mañana, Heather.<br />

Heather se zafó de ella.<br />

—No te creo. ¡Mientes! Sólo lo dices porque yo no te gusto.<br />

—No estoy mintiendo.<br />

—Alex no se ha casado contigo. ¡No lo ha hecho! ¡Sheba me dijo que él jamás se casaría!<br />

—Pues Sheba se ha equivocado. Para asombro de Daisy, a Heather se le llenaron los ojos de<br />

lágrimas.<br />

—¡Puta! ¡Te odio! ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Odio que te hayas burlado de mí! —Dio varios<br />

pasos hacia atrás antes de volverse y correr hacia las caravanas. Daisy la siguió con la mirada,<br />

intentando comprender la razón de la hostilidad de la chica hacia ella. Sólo se le ocurrió <strong>un</strong>a<br />

explicación. Heather debía de estar enamorada de Alex. Daisy experimentó <strong>un</strong>a inesperada<br />

p<strong>un</strong>zada de compasión. Recordaba demasiado bien lo que se sentía al ser <strong>un</strong>a adolescente sin<br />

ningún control sobre las acciones de los adultos que la rodeaban. Con <strong>un</strong> suspiro, se encaminó al<br />

vagón rojo.<br />

A pesar del nombre que recibía, la taquilla era blanca; estaba salpicada por <strong>un</strong> puñado de<br />

estrellas de colores y <strong>un</strong> letrero donde se leía: HERMANOS QUEST. En contraste con el alegre<br />

exterior, el interior era aburrido y desordenado. Un maltrecho escritorio de acero se asentaba<br />

frente a <strong>un</strong> pequeño sofá repleto de montones de periódicos. Había sillas que no hacían juego, <strong>un</strong><br />

viejo archivador y <strong>un</strong> flexo verde con la pantalla abollada. Alex estaba sentado detrás del<br />

escritorio, con <strong>un</strong> móvil en <strong>un</strong>a mano y <strong>un</strong> portapapeles en la otra. Una sola mirada a su cara<br />

tempestuosa le dijo a Daisy que Heather había tenido razón en <strong>un</strong>a cosa: Alex estaba realmente<br />

enfadado.<br />

Su marido acabó la conversación bruscamente y se levantó, hablándole con esa calmada y<br />

espeluznante voz que ella estaba empezando a temer cada vez más.<br />

—Cuando digo que estés en <strong>un</strong> sitio a <strong>un</strong>a hora, quiero que estés allí a esa hora.<br />

—Pero sí apenas llego media hora tarde.<br />

Su voz se hizo todavía más áspera.<br />

—No sabes nada sobre la vida real, ¿verdad, Daisy? Esto es <strong>un</strong> trabajo, no es como tener cita en<br />

la peluquería. De ahora en adelante, te quitaré cinco dólares del sueldo por cada minuto de<br />

retraso.<br />

A Daisy se le iluminó la cara.<br />

—¿Vas a pagarme?<br />

Él suspiró.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 45

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