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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Cuando regresó cinco minutos después, se acercó apresuradamente al reservado. Si bien las<br />

luces eran tenues, estaba segura de que todos podían darse cuenta de que estaba desnuda bajo la<br />

delgada tela de seda. Alex la estudió con atención mientras se acercaba. Había tal arrogancia en su<br />

postura que no cabía duda de que era <strong>un</strong> Romanov de los pies a la cabeza.<br />

Cuando Daisy se acomodó a su lado, él le pasó <strong>un</strong> brazo por los hombros y le deslizó <strong>un</strong> dedo<br />

por la clavícula.<br />

—Pensaba decirte que abrieras el bolso y me mostraras tu ropa interior para estar seguro de<br />

que habías seguido mis órdenes, pero me parece que no será necesario.<br />

—¿Se nota? —Miró a los lados, alarmada. —Ahora todos saben que estoy desnuda debajo de la<br />

ropa y es culpa tuya. N<strong>un</strong>ca debí dejar que me convencieras de esto.<br />

Alex le deslizó la mano bajo el pelo y la cogió por la nuca.<br />

—Tal y como yo lo recuerdo, no tenías otra opción. Fue <strong>un</strong>a orden real, ¿recuerdas?<br />

Él había aprovechado todas las oport<strong>un</strong>idades que se le presentaban para tomarle el pelo<br />

desde el domingo, y ella disfrutaba de cada minuto. Le lanzó <strong>un</strong>a mirada reprobatoria.<br />

—Yo no obedezco órdenes reales.<br />

Él se acercó más y le rozó la oreja con los labios.<br />

—Cariño, con <strong>un</strong> chasquido de dedos puedo hacer que te encierren en <strong>un</strong>a mazmorra. ¿Seguro<br />

que no quieres reconsiderar tu postura?<br />

La llegada del camarero la salvó de responder. Había retirado los restos de la ensalada mientras<br />

ella estaba en el baño y ahora les sirvió el plato principal. Alex había pedido salmón ahumado y<br />

ella pasta. Los linguini olían a sabrosas hierbas y a los camarones que se escondían entre las<br />

verduras. Mientras probaba el delicado manjar, Daisy intentó olvidarse de que estaba medio<br />

desnuda, pero Alex no la dejó.<br />

—¿Daisy?<br />

—¿Mmm?<br />

—No quiero ponerte nerviosa, pero...<br />

Él levantó la servilleta que cubría el pan caliente y estudió atentamente la cesta y su contenido.<br />

Ya que todos los panecillos eran iguales, ella no entendía por qué tardaba tanto tiempo en elegir<br />

<strong>un</strong>o como no fuera para ponerla nerviosa.<br />

—¿Qué? —lo azuzó. —¿Qué decías?<br />

Alex partió el pan y lo <strong>un</strong>tó lentamente de mantequilla.<br />

—Si no me satisfaces por completo esta noche... —la miró, y sus ojos estaban llenos de fingido<br />

pesar— me temo que tendré que cederte a mis hombres.<br />

—¡Qué! —Daisy casi se levantó de <strong>un</strong> salto de los cojines.<br />

—Es sólo para inspirarte. —Con <strong>un</strong>a sonrisa diabólica, h<strong>un</strong>dió con firmeza los dientes blancos<br />

en el trozo de pan.<br />

¿Quién podía haber imaginado que ese hombre tan complicado sería <strong>un</strong> amante tan<br />

imaginativo? Pensó que ese pícaro juego podían jugarlo los dos y sonrió con dulzura.<br />

—Entiendo, Su Alteza Imperial. Le aseguro que estoy demasiado aterrada por su real presencia<br />

para osar decepcionarle.<br />

Alex arqueó <strong>un</strong>a ceja diabólicamente mientras pinchaba <strong>un</strong> camarón del plato de Daisy y se lo<br />

acercaba a los labios de la joven.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 211

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