Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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—Nadie me lo había dicho n<strong>un</strong>ca.<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—No muchas personas consiguen verla. —Daisy contuvo <strong>un</strong>a sonrisa mientras observaba el<br />
gesto serio con el que Alex consideraba lo que ella había dicho. —Y hay otra cosa más, pero no sé<br />
cómo vas a tomártelo.<br />
—Suéltalo.<br />
—Tienes <strong>un</strong> cuerpo de infarto.<br />
—¿Un cuerpo de infarto? ¿Sí? ¿Ésa es la seg<strong>un</strong>da cosa que más te gusta de mí?<br />
—No he dicho que fuera la seg<strong>un</strong>da. Te estoy diciendo cosas que me gustan de ti y ésa en<br />
concreto me encanta.<br />
—¿Mi cuerpo?<br />
—Tienes <strong>un</strong> cuerpo estupendo, Alex. En serio.<br />
—Gracias.<br />
—De nada.<br />
El embate de las olas llenó el silencio que se extendió entre ellos.<br />
—Tú también —dijo él.<br />
—¿También qué?<br />
—Tienes <strong>un</strong> cuerpo estupendo. Me gusta.<br />
—¿De veras? Pero si no es gran cosa. Tengo los hombros demasiado estrechos en comparación<br />
con las caderas y los muslos demasiado gruesos. Y mi estómago...<br />
Él negó con la cabeza.<br />
—La próxima vez que oiga a <strong>un</strong>a mujer decir que los hombres somos <strong>un</strong>os neuróticos,<br />
recordaré esto. Tú me dices que te gusta mi cuerpo, ¿y qué hago yo? Te doy las gracias. Luego te<br />
digo que me gusta el tuyo, ¿y qué escucho? Una larga lista de quejas.<br />
—Es culpa de las Barbies. —La mueca de desagrado de Alex la complació sobremanera. —<br />
Gracias por el cumplido, pero sé sincero. ¿No crees que tengo los pechos demasiado pequeños?<br />
—Ésa es <strong>un</strong>a preg<strong>un</strong>ta con trampa, seguro.<br />
—Solo quiero que me digas la verdad.<br />
—¿Estás segura?<br />
—Sí.<br />
—Vale. Veamos. —La tomó por los hombros y la hizo girar de cara al océano, luego se puso<br />
detrás de ella. La rodeó con los brazos y le ahuecó los pechos. La piel de Daisy se erizó de deseo<br />
cuando Alex apretó y moldeó los montículos, recorriéndole las suaves pendientes y rozando las<br />
endurecidas cimas con los pulgares.<br />
A Daisy se le entrecortó la respiración. Alex le acarició la oreja con los labios y le murmuró al<br />
oído:<br />
—Creo que son perfectos, Daisy. Exactamente del tamaño adecuado.<br />
Ella se volvió y no había nada en el m<strong>un</strong>do que pudiera haber evitado que lo besase. Le rodeó el<br />
cuello con los brazos, se puso de p<strong>un</strong>tillas y apretó su boca contra la de él, con labios suaves y<br />
flexibles. La lengua de Alex jugueteó con la suya y ella respondió a la provocación. Daisy perdió la<br />
noción del tiempo y ni se le pasó por la cabeza separarse de él. Los dos cuerpos se habían f<strong>un</strong>dido<br />
en <strong>un</strong>o.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 148