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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Se dio cuenta de que él no iba a ceder. Con el único propósito de asustarla, la atrapó contra la<br />

despensa. Ella lo miró horrorizada.<br />

—No lo hagas —susurró. —Por favor. Te lo ruego. Por <strong>un</strong> momento él se quedó inmóvil. Luego<br />

le cacheó los costados. Mientras Sheba los observaba, le pasó las manos por las caderas, por la<br />

cintura, luego las movió hacia el estómago, la espalda, los pechos que él había tomado en sus<br />

manos tan sólo <strong>un</strong>as horas antes... Daisy cerró los ojos cuando él le deslizó la mano entre sus<br />

piernas.<br />

—Deberías haberme creído —susurró cuando él terminó.<br />

Alex dio <strong>un</strong> paso atrás con los ojos llenos de preocupación.<br />

—Si no lo tienes, ¿por qué te has enfrentado a mí?<br />

—Porque quería que confiaras en mí. No soy <strong>un</strong>a ladrona.<br />

Se miraron a los ojos. Parecía como si él estuviera a p<strong>un</strong>to de decir algo cuando Sheba dio <strong>un</strong><br />

paso adelante.<br />

—Tuvo tiempo de sobra para deshacerse del dinero. ¿Por qué no registras la caravana? Yo<br />

registraré la camioneta.<br />

Alex asintió con la cabeza y Sheba salió. A Daisy comenzaron a castañetearle los dientes a pesar<br />

de que la noche era cálida. Decía mucho de la relación entre Alex y Sheba que, al menos en ese<br />

tipo de as<strong>un</strong>tos, parecieran confiar el <strong>un</strong>o en el otro. Pero nadie confiaba en ella.<br />

Daisy se dejó caer en el sofá y se rodeó las rodillas con las manos para dejar de temblar. No<br />

miró cómo Alex revisaba los armarios ni cómo registraba sus pertenencias. La joven se sintió<br />

embargada por <strong>un</strong>a sensación de impotencia. Ya no podía recordar cómo era tener la vida bajo<br />

control. Tal vez es que n<strong>un</strong>ca la había tenido. Primero había dependido de su madre, luego de su<br />

padre. Y ahora era ese marido peligroso el que había asumido el control de su vida.<br />

Los ruidos de la búsqueda fueron reemplazados por <strong>un</strong> pesado silencio, pero Daisy no levantó<br />

la mirada del dibujo de la gastada alfombra.<br />

—Has encontrado el dinero, ¿verdad?<br />

—En el fondo de tu maleta, donde tú lo escondiste.<br />

Daisy alzó la vista y vio la maleta abierta a sus pies. Tenía <strong>un</strong> montón de dinero en la mano.<br />

—No sé quién lo habrá puesto ahí, pero no he sido yo.<br />

Él se metió la mano en el bolsillo.<br />

—Al menos ten las agallas suficientes para decir la verdad y acepta las consecuencias.<br />

—No robé el dinero. Alguien me ha tendido <strong>un</strong>a trampa. —Era evidente para Daisy que Sheba<br />

estaba detrás de todo eso. Alex tenía que verlo también. —¡No lo he hecho! Tienes que creerme.<br />

Las súplicas murieron en los labios de Daisy cuando observó el rígido gesto de su marido y supo<br />

que nada lo haría cambiar de opinión. Con <strong>un</strong>a horrible sensación de resignación, le dijo:<br />

—No voy a seguir defendiéndome. He dicho la verdad y no voy a decir nada más. —Él se acercó<br />

a la silla de enfrente y se sentó. Parecía cansado, pero nada comparable a cómo se sentía ella. —<br />

¿Vas a llamar a la policía?<br />

—Nosotros resolvemos nuestros problemas.<br />

—Es decir, sois juez y parte.<br />

—Es mejor así.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 75

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