Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
fue lo que puso <strong>un</strong> techo sobre su cabeza y lo que le hizo ganar dinero para el futuro. El orgullo la<br />
mantuvo en pie cuando el amor la traicionó.<br />
¿Y ahora qué? Por primera vez en semanas, experimentaba temor por algo que no tenía nada<br />
que ver con poder pagar el alquiler. Le daba miedo Alex. ¿Qué quería de ella?<br />
«La peor amenaza para los tigres jóvenes es <strong>un</strong> tigre adulto. Los tigres no mantienen fuertes<br />
vínculos familiares como los leones o los elefantes. No es inusual que <strong>un</strong> tigre mate a su<br />
cachorro.»<br />
Forcejeó con el tirador de la puerta sólo para ver que su marido se dirigía hacia ella.<br />
Alex apartó la silla de la mesa donde el camarero del servicio de habitaciones había puesto la<br />
comida que había pedido.<br />
—Siéntate y come, Daisy.<br />
Alex no había escogido <strong>un</strong> motelucho de carretera, de eso nada; los había instalado en <strong>un</strong>a<br />
suite de lujo en <strong>un</strong> reluciente y novísimo hotel Marriott a orillas del río Ohio, en la frontera entre<br />
Indiana y Kentucky. Daisy recordó cómo acostumbraba a contar los peniques cuando iba a hacer la<br />
compra y el sermón que le soltaba a Alex cuando adquiría <strong>un</strong>a botella de vino de buena cosecha.<br />
Cómo debía de haberse reído de ella.<br />
—Te he dicho que no tengo hambre.<br />
—Entonces siéntate y acompáñame.<br />
A Daisy le costó menos sentarse en la silla que discutir con él. Alex se ajustó el nudo del<br />
cinturón del albornoz blanco que se había puesto tras la ducha y se sentó frente a ella. Tenía el<br />
pelo húmedo y se le rizaba en las sienes. Necesitaba <strong>un</strong> buen corte.<br />
Alex bajó la vista a la ingente cantidad de comida que había pedido para Daisy: <strong>un</strong>a enorme<br />
ensalada, pechugas de pollo con salsa de champiñones, patatas al horno, pasta, lasaña, dos<br />
panecillos, <strong>un</strong> gran vaso de leche y <strong>un</strong>a ración de tarta de queso.<br />
—No puedo comerme todo esto.<br />
—Estoy hambriento. Comeré parte de lo tuyo.<br />
A<strong>un</strong>que a él le gustaba comer, no comía tanto como para dar cuenta de todo aquello. Daisy<br />
sintió el estómago revuelto. Había tenido problemas para retener la comida cuando abandonó a<br />
Alex y durante todo el primer trimestre de embarazo.<br />
—Prueba esto —Alex tomó <strong>un</strong> poco de lasaña de su plato y la acercó a sus labios. Cuando ella<br />
abrió la boca para negarse, él se la metió dentro con rapidez, obligándola a tragársela.<br />
—He dicho que no tengo hambre.<br />
—Pruébala. Está buena, ¿verdad?<br />
Para sorpresa de Daisy, en cuanto pasó la impresión inicial, la lasaña sabía bien, a<strong>un</strong>que no<br />
pensaba decírselo. Tomó <strong>un</strong> sorbo de agua.<br />
—De verdad, no quiero nada más.<br />
—No me sorprende —Alex señaló el pollo. —Tiene pinta de estar seco.<br />
—Está flotando en salsa. No está seco.<br />
—Créeme, Daisy, este pollo está tan seco como la suela de <strong>un</strong> zapato.<br />
—No sabes lo que dices.<br />
—Déjame probar.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 235