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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

y, con su peculiar idiosincrasia, se sintió ofendido cuando Alex continuó desairando a la mujer que<br />

él valoraba por encima de todas las cosas.<br />

Finalmente, Alex la dejó entrar en su cama. Ella era ágil y suave, carnal y apasionada, y él jamás<br />

había disfrutado tanto del sexo. Le gustaba que ella fuera dura y, también, no poder hacerle daño.<br />

Porque a<strong>un</strong>que la apreciaba, no la amaba.<br />

—¿Por qué no te has casado? —le preg<strong>un</strong>tó Alex <strong>un</strong>a noche sentado a la mesa en la lujosa<br />

caravana de Sheba, donde ella se disponía a servirle la comida por seg<strong>un</strong>da vez en el día. Los dos<br />

llevaban puestas las batas, la de ella tenía <strong>un</strong> exótico estampado que hacía que los brillos rojizos<br />

de su pelo parecieran todavía más intensos. —Siempre he pensado que querías tener hijos. Tu<br />

padre no esperaba otra cosa.<br />

Ella le puso <strong>un</strong> plato de lasaña delante y se volvió a la cocina para coger el suyo. Pero no volvió<br />

a la mesa. Se quedó inmóvil mirando fijamente la comida que había preparado.<br />

—Supongo que ambicioné demasiado. Ya sabes que hay cosas que no se pueden tener. Los<br />

mejores trapecistas nacemos con <strong>un</strong>a habilidad especial y el hombre con el que me case tiene que<br />

provenir de <strong>un</strong>a buena familia. No me casaré con cualquiera, y mucho menos sin amor. Amor y<br />

linaje. Es <strong>un</strong>a buena combinación. —Llevó el plato a la mesa. —Mi padre solía decir que era mejor<br />

que los Cardoza se extinguieran antes que tener nietos sin sangre circense. —Se sentó y cogió el<br />

tenedor. —Bueno, hice mía esa máxima. Es preferible que los Cardoza se extingan a casarme con<br />

<strong>un</strong> perdedor hijo de puta al que no pueda respetar.<br />

—Bien por ti.<br />

Ella tomó <strong>un</strong> bocado de comida y volvió a dejar el tenedor en el plato. Después observó<br />

detenidamente a Alex, con <strong>un</strong> brillo provocador en los ojos.<br />

—Los Markov son todavía más importantes que los Cardoza. Sam me dijo hace años que no<br />

debería haberte dejado escapar. Me reí de él porque por aquel entonces tú eras sólo <strong>un</strong> niño, pero<br />

ahora los cinco años que te llevo no significan nada. Somos los últimos de dos grandes dinastías<br />

circenses.<br />

Divertido, él negó con la cabeza.<br />

—Yo no tengo ning<strong>un</strong>a intención de perpetuar la dinastía Markov. Lo siento, cariño, pero<br />

tendrás que buscar esperma circense en otro lado.<br />

Ella se rio, pinchó <strong>un</strong> rollito de lasaña y se lo llevó a la boca.<br />

—Menos mal que no te quiero. Si lo hiciera estarías perdido.<br />

Su ardiente relación siguió adelante, tan lujuriosa y apacible que él no prestó atención a la<br />

manera, cada vez más posesiva, con la que ella lo trataba o cómo, poco a poco, comenzó a<br />

considerarlo su igual.<br />

—Somos almas gemelas —le dijo ella <strong>un</strong>a noche, con la voz ronca por la emoción, —si fueras<br />

mujer, serías yo.<br />

Sheba tenía razón, pero algo en el interior de Alex se rebeló ante la comparación. Admiraba a<br />

Sheba, pero había algo en ella que le repelía. Puede que porque se veía reflejado a sí mismo. Para<br />

impedir que dijera nada más, se acomodó entre las piernas femeninas y entró en ella con <strong>un</strong> duro<br />

envite.<br />

A pesar de los sutiles cambios en el comportamiento de Sheba, él no estaba preparado para lo<br />

que sucedió tina tarde de aquel verano en el recinto a las afueras de Waycross, Georgia. Ese día<br />

ella le dijo que le amaba. Y cuando lo hizo, él se dio cuenta de que hablaba totalmente en serio.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 71

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