Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—No, así está bien. —Al beber <strong>un</strong> sorbo de agua con gas, miró el vino que brillaba en la copa de<br />
Alex. Había pedido <strong>un</strong>a de las botellas más caras de la carta y a ella le habría encantado probarlo,<br />
pero no pensaba hacer nada peligroso para el bebé.<br />
No deberían tirar el dinero en <strong>un</strong>a cena tan cara con <strong>un</strong> bebé en camino. Tan pronto como<br />
terminara la gira, buscaría <strong>un</strong> trabajo y trabajaría hasta que llegara el momento del parto, así<br />
podría ayudar con los gastos extra. Cuatro meses antes no se le hubiera pasado por la cabeza tal<br />
cosa, pero ahora la idea de trabajar duro no le preocupaba. Pensó que le gustaba mucho la<br />
persona en la que se había convertido.<br />
—Come. Me encanta verte meter el tenedor en la boca. —La voz de Alex se había vuelto ronca<br />
y manifiestamente seductora. —Me recuerda a todas esas otras cosas que haces con ella.<br />
Daisy se ruborizó y volvió a concentrarse en la ensalada, pero sentía los ojos de Alex clavados<br />
en ella con cada bocado que daba. Un montón de imágenes eróticas comenzó a desfilar por su<br />
mente.<br />
—¡Deja de hacer eso! —Soltó el tenedor con exasperación.<br />
Él acarició el tallo de la copa con aquellos dedos largos y elegantes, luego deslizó el pulgar por<br />
el borde.<br />
—¿Que deje de que hacer qué?<br />
—¡Deja de seducirme!<br />
—Pensaba que te gustaba que te sedujera.<br />
—No cuando me he arreglado para cenar en <strong>un</strong> restaurante.<br />
—Entiendo. Ya veo que no llevas sujetador. ¿Llevas bragas?<br />
—Por supuesto.<br />
—¿Algo más?<br />
—No. Con las sandalias no uso pantis.<br />
—Bien. Pues vas a hacer lo siguiente: levántate y ve al baño. Quítate las bragas y mételas en el<br />
bolso. Luego vuelve aquí.<br />
El calor se extendió por los lugares más secretos del cuerpo de Daisy.<br />
—¡No pienso hacer eso!<br />
—¿Sabes qué pasó la última vez que <strong>un</strong> Petroff desafió a <strong>un</strong> Romanov?<br />
—No, y no sé si quiero saberlo.<br />
—Perdió la cabeza. Literalmente.<br />
—Entiendo.<br />
—Pues te doy diez seg<strong>un</strong>dos.<br />
A<strong>un</strong>que mantenía <strong>un</strong>a expresión desaprobadora, a Daisy se le había disparado el pulso ante la<br />
idea.<br />
—¿Es <strong>un</strong>a orden?<br />
—Apuesta tu dulce trasero a que sí.<br />
Aquellas palabras fueron como <strong>un</strong>a caricia erótica que casi la hizo disolverse, pero logró apretar<br />
los labios y levantarse de la mesa con aparente renuencia.<br />
—Señor, es usted <strong>un</strong> tirano y <strong>un</strong> déspota.<br />
Salió del comedor con la ronca risa de Alex resonando en sus oídos.<br />
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