Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
como nieve bajo la luz de la l<strong>un</strong>a que se colaba entre las caravanas. Sheba le cogió las manos y las<br />
puso sobre sus pechos.<br />
Él se había imaginado algo como eso cientos de veces, pero las fantasías no le habían<br />
preparado para tocar realmente aquellos pechos y sentir esos redondos pezones bajo los dedos.<br />
—Bésalos —dijo ella.<br />
Los dedos de Sheba bajaron a la cremallera de Alex. Éste aspiró prof<strong>un</strong>damente sobre la<br />
húmeda piel de sus senos. Cuando ella lo tomó entre sus manos, Alex sintió que perdía el control y<br />
explotó con <strong>un</strong> ronco gemido.<br />
Él se había estremecido de satisfacción y humillación. Sheba había presionado entonces sus<br />
labios contra los de él, ofreciéndole <strong>un</strong> beso largo y prof<strong>un</strong>do. Luego se apartó y, aún con los<br />
pechos desnudos y húmedos por la lengua de Alex, se giró entre las caravanas.<br />
Fue entonces cuando él se dio cuenta de que Carlos había estado allí todo el tiempo,<br />
observándolos.<br />
El destello duro y tri<strong>un</strong>fante en los ojos de Sheba le dijo a Alex que ella lo había sabido en todo<br />
momento y la sensación provocada por aquella traición fue tan devastadora que no pudo respirar.<br />
Él no le importaba. Sólo lo había utilizado para vengarse.<br />
Mientras observaba a su antiguo amante, Sheba pareció olvidarse de que Alex existía.<br />
—He contratado a <strong>un</strong> nuevo receptor —dijo ella con frialdad. —Estás despedido.<br />
—No puedes despedirme —estalló Carlos. —Soy <strong>un</strong> Méndez.<br />
—No eres nada. Incluso este chico es más hombre que tú.<br />
Sheba volvió a darse la vuelta y selló los labios de Alex con <strong>un</strong> beso. A pesar de su lujuria, a<br />
pesar de la neblina de la traición, él sintió <strong>un</strong>a chispa de fría admiración que lo asustó más de lo<br />
que lo había hecho n<strong>un</strong>ca el látigo de su tío. Comprendía aquella cruel demostración de amor<br />
propio. Como Sheba, él jamás dejaría que alguien o algo amenazara lo que era, sin importar el<br />
precio que tuviera que pagar. A pesar de odiarla por haberlo utilizado como <strong>un</strong> peón, no pudo<br />
dejar de respetarla por ello.<br />
Sheba pasó los siguientes dieciséis años como artista destacada en los grandes circos del<br />
m<strong>un</strong>do y no hizo otra gira con el circo de los Hermanos Quest hasta que su carrera comenzó a<br />
declinar. Para entonces, su padre ya había muerto y Sheba, soltera y sin hijos, se había convertido<br />
en la última Cardoza.<br />
Owen le dio la bienvenida al circo de los Hermanos Quest y montó el espectáculo en torno a<br />
ella. Además, en sus infrecuentes conversaciones telefónicas con Alex, le reveló lo suficiente como<br />
para que éste dedujera que Owen estaba colado por ella.<br />
Alex y Sheba se habían reencontrado hacía dos veranos y, de inmediato, se hizo evidente que<br />
había habido <strong>un</strong> cambio en el equilibrio de poderes entre ellos. A los treinta y dos años él estaba<br />
en la plenitud de su virilidad y no le quedaba nada por probar, mientras que los mejores años de<br />
Sheba como artista ya habían pasado. Alex conocía su propia valía y hacía mucho tiempo que<br />
había quedado atrás la baja autoestima que sentía en la adolescencia. Ella era hermosa, inquieta y,<br />
por razones que él no comprendió de inmediato, estaba soltera y sin hijos.<br />
El fuego de la pasión crepitó con fuerza entre ellos, pero esta vez era ella la que lo buscaba a él.<br />
Alex no quería hacer daño a Owen y, al principio, ignoró las insinuaciones sexuales de Sheba. Sin<br />
embargo, pronto se hizo evidente que el dueño del circo estaba resignado a que los dos se liaran<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 70