Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Ella miró el pincho con autentica aversión. Al fondo de la rampa, Tater barritó y giró sobre sí<br />
mismo, como si estuviera llamándola. Luego se detuvo, y levantó <strong>un</strong>a pata tras otra como si fuera<br />
<strong>un</strong> bebé pataleando. O mucho se equivocaba Daisy o todo eso era por ella.<br />
—¿Qué voy a hacer contigo, Tater? ¿No te das cuenta del miedo que me das?<br />
Armándose de valor, se acercó al fondo de la rampa mientras se metía la mano en el bolsillo<br />
para sacar <strong>un</strong>a zanahoria mustia que había encontrado en la nevera. Esperaba que la siguiera al<br />
ver que iba a alimentarlo, y le ofreció la hortaliza con <strong>un</strong>a mano temblorosa.<br />
El animalito alargó la trompa y olisqueó la zanahoria con delicadeza, haciéndole cosquillas en la<br />
palma de la mano. Ella retrocedió <strong>un</strong> paso, utilizando la zanahoria como cebo para llevarlo con los<br />
demás. Tater se la arrebató de la mano y se la llevó a la boca.<br />
Daisy observó con aprensión la mano ahora vacía mientras el alargaba la trompa hacia ella otra<br />
vez.<br />
—N-no tengo más.<br />
Pero no era comida lo que él quería; era perfume.<br />
Metió la trompa por el cuello de la camiseta de Daisy buscando el olor que tanto le gustaba.<br />
—Amiguito... lo siento... yo...<br />
¡Zas! Con <strong>un</strong> dramático barrito, Tater le dio <strong>un</strong> golpe con la trompa y la tiró al suelo. Daisy gritó.<br />
Al mismo tiempo, Tater levantó la cabeza y volvió a barritar, an<strong>un</strong>ciando al m<strong>un</strong>do la prof<strong>un</strong>da<br />
traición de la que acababa de ser objeto: ¡Daisy no llevaba perfume!<br />
—Daisy, ¿estás bien? —Alex apareció de la nada y se puso en cuclillas a su lado.<br />
—Estoy bien. —Hizo <strong>un</strong>a mueca de dolor al sentir <strong>un</strong>a p<strong>un</strong>zada en la cadera.<br />
—¡Maldita sea! No puedes dejar que este animal continúe haciéndote eso. Sheba me ha dicho<br />
que ayer también te tiró.<br />
Por supuesto, Sheba no había podido resistirse a dejar pasar algo como eso, pensó Daisy,<br />
tensándose al cambiar de postura.<br />
Por el rabillo del ojo, vio cómo Neeco se acercaba a grandes zancadas hacia ellos.<br />
—Yo me encargaré de esto —les dijo.<br />
Daisy soltó <strong>un</strong> grito ahogado cuando lo vio coger el pincho.<br />
—¡No! ¡No le pegues! Ha sido culpa mía. Yo... —Ignorando el dolor, se obligó a ponerse de pie y<br />
se interpuso de <strong>un</strong> salto entre Neeco y Tater, pero llegó demasiado tarde.<br />
Horrorizada, observó cómo Neeco golpeaba al elefantito en aquel lugar sensible detrás de la<br />
oreja. Tater soltó <strong>un</strong> agudo chillido y retrocedió. Neeco se acercó de nuevo a él, levantando el<br />
pincho para propinarle <strong>un</strong> seg<strong>un</strong>do golpe.<br />
—Ya basta, Neeco.<br />
Daisy no oyó las suaves palabras de advertencia de Alex porque ya se había lanzado sobre la<br />
espalda de Neeco.<br />
—¡No vuelvas a pegarle! —con <strong>un</strong> grito de indignación, intentó arrebatarle el pincho.<br />
Alarmado, Neeco tropezó, y tras recuperar el equilibrio, soltó <strong>un</strong>a maldición y se dio la vuelta.<br />
Daisy no pudo sujetarse a sus hombros y sintió que se resbalaba. Pero en vez de caer al sucio por<br />
seg<strong>un</strong>da vez ese día, Alex la atrapó en sus brazos.<br />
—Ya te tengo.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 88