Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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—Le ordené que abortara.<br />
Max apretó los labios.<br />
—¿Cómo te atreviste a decirle eso?<br />
—Cualquier cosa que me digas ya me la he dicho yo mil veces.<br />
—¿Sigues pensando igual?<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—Por supuesto que no —dijo Amelia. —Sólo hay que mirarle a la cara para darse cuenta. La<br />
culpa le pesa sobre los hombros. —Se levantó del sofá. —Voy a llegar tarde al masajista. Ya<br />
resolveréis esto vosotros solos. Felicidades, Max.<br />
Alex percibió que había algo oculto en las últimas palabras de Amelia y en la sonrisita cómplice<br />
que intercambió con Max. Se la quedó mirando mientras abandonaba la estancia y supo que Max<br />
y ella le ocultaban algo.<br />
—¿Tiene razón Amelia? —inquirió Max. —¿Ya no piensas lo mismo?<br />
—Tampoco lo pensaba cuando se lo dije a ella. Pero me dio la noticia de sopetón y la<br />
adrenalina me nubló la razón —estudió a Max. —Amelia no se ha sorprendido al oír que Daisy<br />
estaba embarazada a pesar de saber que tomaba la píldora. ¿Por qué?<br />
Max se acercó a la vitrina de nogal y observó la colección de porcelana a través de las puertas<br />
de cristal.<br />
—Lo esperábamos, eso es todo.<br />
—¡Estás mintiendo! Daisy me dijo que era Amelia quien compraba las pastillas. ¿Qué me estás<br />
ocultando?<br />
—Nosotros... hicimos lo que creímos más conveniente.<br />
Alex se quedó paralizado. Pensó en el pequeño bote de las píldoras de Daisy. Como si lo<br />
estuviera viendo en ese momento, recordó que no tenía precinto. En esta época de medicamentos<br />
precintados, aquellas píldoras no lo llevaban.<br />
La presión que sentía desde que Daisy desapareció le oprimió el pecho. Una vez más había<br />
dudado de su esposa y, de nuevo, se había equivocado.<br />
—Lo planeaste tú, ¿no? Igual que planeaste todo lo demás. Reemplazaste sus píldoras.<br />
—No sé de qué me hablas.<br />
—No quiero jugar al gato y al ratón. Dime la verdad, Max. Dímela ya.<br />
El hombre pareció derrumbarse. Se le doblaron las rodillas y se h<strong>un</strong>dió en la silla que tenía más<br />
cerca.<br />
—¿No lo entiendes? Era mi deber.<br />
—¿Tu deber? Debí suponer que lo verías así. No puedo creer que haya sido tan estúpido.<br />
Siempre he sabido lo obsesionado que estás con la historia de mi familia, pero n<strong>un</strong>ca se me<br />
ocurrió que pudieras hacer algo así. —La amargura le revolvió el estómago. Desde el principio,<br />
Daisy y él no habían sido más que títeres de Max.<br />
—¿Y qué? Por Dios, deberías agradecérmelo. —Max se levantó de <strong>un</strong> salto de la silla. Ap<strong>un</strong>tó a<br />
Alex con <strong>un</strong> dedo tembloroso. —Para ser historiador, no respetas tu linaje. ¡Eres bisnieto del zar!<br />
—Soy <strong>un</strong> Markov. Eso es lo único que significa algo para mí.<br />
—Una panda de vagab<strong>un</strong>dos. Vagab<strong>un</strong>dos, ¿me oyes? Eres <strong>un</strong> Romanov y tu deber era tener <strong>un</strong><br />
hijo. Pero no querías ser padre, ¿verdad?<br />
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