Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Nueva York. No soy <strong>un</strong>a persona de trato fácil en las mejores circ<strong>un</strong>stancias, pero soy todavía peor<br />
cuando no duermo. Ahora, saca tu dulce culito aquí afuera.<br />
—No.<br />
Él levantó el brazo que tenía al costado y ella siseó alarmada cuando vio <strong>un</strong> látigo enroscado en<br />
su mano. Él dio <strong>un</strong> puñetazo en el techo.<br />
—¡Ahora!<br />
Con el corazón palpitando, Daisy bajó de la camioneta. La amenaza del látigo ya no era algo<br />
abstracto y se dio cuenta de que <strong>un</strong>a cosa era decirse a plena luz del día que no dejaría que su<br />
marido la tocara y otra muy distinta hacerlo de noche, cuando estaban solos en medio de <strong>un</strong><br />
campo, a oscuras, en algún lugar apañado de Carolina del Sur.<br />
Soltó <strong>un</strong> jadeo cuando Alex la agarró del brazo y la guio a través del recinto. Con la maleza<br />
golpeándole las sandalias, supo que no podía dejar que la llevara a donde quería sin oponer<br />
resistencia.<br />
—Te advierto que me pondré a gritar si intentas hacerme daño. —Él bostezó. —Lo digo en serio<br />
—dijo mientras él la empujaba hacia delante. —No quiero pensar mal de ti, pero me resulta muy<br />
difícil no hacerlo sí sigues amenazándome de esta manera.<br />
Alex abrió la puerta de la caravana y encendió la luz, empujándola suavemente por el codo para<br />
que entrara.<br />
—¿Podemos posponer esta conversación hasta mañana?<br />
¿Era sólo la imaginación de Daisy o el interior de la caravana había encogido desde la primera<br />
vez que lo había visto?<br />
—No, creo que no. Y por favor, no vuelvas a tocarme otra vez.<br />
—Estoy demasiado cansado para pensar en atacarte esta noche, si es eso lo que te preocupa.<br />
Sus palabras no la tranquilizaron.<br />
—Si no tienes intención de atacarme, ¿por qué me amenazas con el látigo?<br />
Alex bajó la mirada a la cuerda de cuero trenzado como si se hubiera olvidado que lo tenía en la<br />
mano, lo que ella no se creyó ni por <strong>un</strong> momento. ¿Cómo podía ser tan descuidado con respecto a<br />
eso? ¿Y por qué llevaba <strong>un</strong> látigo por la noche si no era para amenazarla? Un nuevo pensamiento<br />
la asaltó, provocándole escalofríos por todo el cuerpo. Había oído bastantes historias sobre<br />
hombres que utilizaban los látigos como parte de sus juegos sexuales. Incluso conocía alg<strong>un</strong>os<br />
ejemplos casi de primera mano. ¿Sería eso lo que él tenía en mente?<br />
Él masculló algo por lo bajo, cerró la puerta y se acercó a la cama para sentarse. Dejó caer el<br />
látigo al suelo, pero el mango aún descansaba sobre su rodilla.<br />
Ella lo miró con aprensión. Por <strong>un</strong> lado, Daisy había prometido honrar sus votos matrimoniales<br />
y además él no le había hecho daño. Pero, por otro, no había dudas de que la había asustado. No<br />
era demasiado hábil en los enfrentamientos, pero sabía que tenía que hacerlo. Se armó de valor.<br />
—Creo que deberíamos aclarar las cosas. Quiero que sepas que no voy a poder vivir contigo si<br />
sigues intimidándome de esta manera.<br />
—¿Intimidándote? —Él examinó el mango del látigo. —¿De qué estás hablando?<br />
El nerviosismo de la joven aumentó, pero se obligó a continuar.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 30