Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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Alex agarró a Daisy del brazo y la alejó de los demás.<br />
—No vas a tener ningún bebé. ¿Entiendes lo que te digo?<br />
—No, no lo entiendo.<br />
<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—Mañana por la mañana, en cuanto nos levantemos, tú y yo nos iremos. Y cuando volvamos,<br />
no existirá ningún bebé.<br />
Ella lo miró conmocionada. Se le revolvió el estómago y tuvo que llevarse el puño a la boca. El<br />
público guardó silencio como siempre que Jack Daily comenzaba la dramática introducción de<br />
Alexi el Cosaco.<br />
—Yyyy... ahora, el circo de los Hermanos Quest se enorgullece en presentar...<br />
—¿Quieres que aborte? —susurró Daisy.<br />
—¡No me mires como si fuera <strong>un</strong> monstruo! ¡No te atrevas a mirarme así! Te dije desde el<br />
principio lo que pensaba de ese tema. Te abrí mi corazón para que lo entendieras. Pero, como<br />
siempre, has decidido que sabes más que nadie. A<strong>un</strong>que no tienes ni <strong>un</strong>a pizca de cordura en tu<br />
maldito cuerpo, ¡decidiste que eres más lista que nadie!<br />
—No me hables así.<br />
—¡Confié en ti! —Alex hizo <strong>un</strong>a mueca cuando las primeras notas de la balalaica rompieron el<br />
silencio de la noche. Era la señal para entrar en la pista. —Creía que tomabas las pastillas, pero me<br />
has engañado.<br />
Ella negó con la cabeza y se tragó la bilis que le subía por la garganta.<br />
—No voy a deshacerme del bebé.<br />
—¡Por supuesto que sí! Harás lo que yo diga.<br />
—Tú tampoco quieres. Sería algo horrible.<br />
—No tan horrible como lo que tú has hecho.<br />
—¡Alex! —gritó <strong>un</strong>o de los payasos. —Es tu turno.<br />
Cogió el látigo de su hombro.<br />
—N<strong>un</strong>ca te lo perdonaré, Daisy. ¿Me oyes? N<strong>un</strong>ca. —Apartándose de ella, desapareció en<br />
dirección a la pista.<br />
Daisy se quedó paralizada, embargada por <strong>un</strong>a desesperación tan prof<strong>un</strong>da y amarga que no<br />
podía respirar. Oh, Santo Dios, ¡qué tonta había sido! Había pensado que él la amaba, pero Alex<br />
había tenido razón todo el tiempo.<br />
No sabía amar. Le había dicho que no podía hacerlo y ella se negó a creerle. Ahora tendría que<br />
pagar por ello.<br />
Demasiado tarde recordó algo que había leído sobre los tigres: «Los machos de esta especie se<br />
desvinculan por completo de la vida familiar. No participan en la cría de los cachorros, ni siquiera<br />
los reconocen.»<br />
Alex iba incluso más lejos. Quería aplastar esa brizna de vida que se había vuelto tan preciosa<br />
para ella. Quería destruirla antes de que pudiera llegar al m<strong>un</strong>do.<br />
—¡Espabila, Daisy! Te toca. —Madeline la agarró y la empujó hacia la puerta trasera del circo.<br />
El foco la iluminó. Desorientada, levantó el brazo, intentando protegerse los ojos.<br />
—... y ning<strong>un</strong>o de nosotros sabe cuánto le ha costado a esta joven entrar en la pista con su<br />
marido.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 219