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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

—Te he contado muchas veces la historia de mi familia, pero es evidente que la has olvidado.<br />

Los Petroff han estado al servicio de los zares de Rusia desde el siglo XIV, desde el reinado de<br />

Alejandro I. Hemos estado vinculados a través del deber y la obligación, pero n<strong>un</strong>ca a través del<br />

matrimonio. Hasta ahora.<br />

Daisy oyó el ruido de <strong>un</strong> avión, el rugido de <strong>un</strong> camión. Poco a poco fue comprendiendo lo que<br />

su padre le estaba insinuando.<br />

—Así que lo planeaste todo, ¿no? Has concertado mi matrimonio con Alex por culpa de esa<br />

absurda idea que tienes sobre su origen.<br />

—No es <strong>un</strong>a absurda idea. Pregúntale a Alex.<br />

—Lo haré —dijo poniéndose en pie. —Por fin lo entiendo todo. No soy más que <strong>un</strong> peón en tu<br />

loco sueño dinástico. Querías <strong>un</strong>ir las dos familias como hacían los padres en la Edad Media. Es tan<br />

increíblemente cruel que no me lo puedo creer.<br />

—Yo no diría que sea <strong>un</strong>a crueldad estar casada con <strong>un</strong> Romanov.<br />

Daisy se presionó las sienes con los dedos.<br />

—Nuestro matrimonio sólo durará cinco meses más. ¿Cómo puedes estar tan satisfecho? ¡Un<br />

matrimonio de cinco meses no es precisamente el inicio de <strong>un</strong>a dinastía!<br />

Max dejó la taza y se acercó lentamente hacia ella.<br />

—Alex y tú no tenéis por qué divorciaros. De hecho, espero que no lo hagáis.<br />

—Oh, papá...<br />

—Eres <strong>un</strong>a mujer llamativa, Daisy. Quizá no tan guapa como tu madre pero, no obstante,<br />

atractiva. Si fueras menos frívola, quizá podrías retener a Alex. Ya sabes que <strong>un</strong>a esposa debe<br />

adaptarse a determinados roles. Antepone los deseos de tu marido a los tuyos. Sé complaciente.<br />

—Miró los sucios vaqueros y la desastrada camiseta de Daisy con el ceño fr<strong>un</strong>cido. —Deberías<br />

cuidar más tu apariencia. N<strong>un</strong>ca te había visto tan descuidada. ¿Sabías que tienes paja en el pelo?<br />

Quizás Alex no estaría tan ansioso por deshacerse de ti si fueras la clase de mujer que <strong>un</strong> hombre<br />

quiere tener esperándolo en casa.<br />

Daisy lo miró con consternación.<br />

—¿Quieres que lo espere en la puerta de la caravana con las zapatillas en la mano?<br />

—Ese es justo el tipo de comentario frívolo que ahuyentaría a alguien como Alex. Es <strong>un</strong> hombre<br />

serio. Como no reprimas ese inapropiado sentido del humor, no tendrás ning<strong>un</strong>a posibilidad con<br />

él.<br />

—¿Quién dice que quiero tenerla? —Pero mientras lo decía, Daisy sintió <strong>un</strong>a dolorosa p<strong>un</strong>zada<br />

en su interior.<br />

—Ya veo que no quieres ser razonable. Creo que es hora de irme. —Max se dirigió hacia la<br />

puerta. —Sólo espero que no tires piedras contra tu propio tejado, Theodosia. Recuerda que eres<br />

<strong>un</strong>a mujer que no se sabe valer por sí sola. Dejando a <strong>un</strong> lado el as<strong>un</strong>to del linaje familiar de Alex,<br />

es <strong>un</strong> hombre sensato y digno de confianza, y no se me ocurre nadie mejor para cuidar de ti.<br />

—¡No necesito que <strong>un</strong> hombre cuide de mí!<br />

—Entonces, ¿por qué aceptaste casarte con él?<br />

Sin esperar respuesta, Max abrió la puerta de la caravana y salió a la luz del sol. ¿Cómo podía<br />

explicarle ella los cambios que habían tenido lugar en su interior? Sabía que ya no era la misma<br />

persona que había salido de la casa de su padre <strong>un</strong> mes antes, pero Max no la creería.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 161

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