Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Habría estropeado la diversión si le hubiera explicado que siempre llevaba <strong>un</strong> látigo cuando<br />
sabía que los trabajadores habían estado bebiendo. Los circos ambulantes eran como el viejo<br />
Oeste a la hora de resolver los problemas —había que prevenirlos antes de que surgieran— y la<br />
visión del látigo era <strong>un</strong>a medida muy disuasoria para aplacar el mal genio de alg<strong>un</strong>os y los viejos<br />
rencores.<br />
Ella no lo sabía, por supuesto, y él no tenía ning<strong>un</strong>a prisa en contárselo. Por el bien de los dos,<br />
tenía intención de tener a la pequeña señorita ricachona en <strong>un</strong> puño.<br />
A pesar de cuanto le había divertido el último enfrentamiento con su esposa, tenía el<br />
presentimiento de que la diversión no duraría demasiado. ¿En qué había estado pensando Max<br />
Petroff cuando le había ofrecido a su hija en matrimonio? ¿Tanto la odiaba que la había sometido<br />
vol<strong>un</strong>tariamente a <strong>un</strong>a vida que iba más allá de su experiencia? Cuando Max insistió en ese<br />
matrimonio, le había dicho que Daisy necesitaba conocer la cruda realidad, pero a Alex le costaba<br />
mucho creer que no hubiera pensado en ello como en <strong>un</strong> castigo.<br />
La candidez de Daisy y su disparatado sistema de valores de niña rica eran <strong>un</strong>a peligrosa<br />
combinación. Realmente le sorprendería que durara mucho con él, pero, por otra parte, había<br />
prometido que haría lo mejor para ella y pensaba mantener su palabra. Cuando Daisy se fuera,<br />
seria por elección propia, no porque la estuviera echando o sobornándola para deshacerse de ella.<br />
Puede que no le gustara a Max, pero se lo debía.<br />
Éste parecía ser su año para pagar grandes deudas, primero la promesa hecha a Owen Quest en<br />
su lecho de muerte: hacer <strong>un</strong>a última gira con el circo bajo el nombre de Quest. Y luego casarse<br />
con la hija de Max. En todos esos años, Max n<strong>un</strong>ca le había pedido nada a cambio de haberle<br />
salvado la vida, pero cuando finalmente lo hizo, le había pedido <strong>un</strong>a barbaridad.<br />
Alex había intentado convencer a Max de que podía lograr el mismo objetivo obligando a Daisy<br />
a vivir con él, pero Max había insistido en lo contrario. Al principio Max le había pedido que el<br />
matrimonio durase <strong>un</strong> año, pero Alex no sentía tanta gratitud como para aceptarlo. Al final<br />
acordaron que serían seis meses, <strong>un</strong> período que concluiría al mismo tiempo que la gira con el<br />
circo de los Hermanos Quest.<br />
Mientras se enjabonaba el pecho, Alex pensó en los dos hombres que habían representado<br />
fuerzas tan poderosas en su vida, Owen Quest y Max Petroff. Max lo había rescatado de <strong>un</strong>a<br />
existencia de abusos físicos y emocionales, mientras que Owen lo había guiado a la madurez.<br />
Alex había conocido a Max cuando tenía doce años y viajaba con su tío Sergey en <strong>un</strong> maltrecho<br />
circo que se pasaba el verano de gira por los pueblos de la costa atlántica, desde Daytona Beach a<br />
Bacalao Cape. N<strong>un</strong>ca olvidaría esa calurosa tarde de agosto cuando Max apareció como <strong>un</strong> ángel<br />
vengador para arrebatar el látigo del puño de Sergey y salvar a Alex de otra brutal paliza.<br />
Ahora comprendía los actos sádicos de Sergey, pero en ese momento no había entendido la<br />
retorcida atracción que alg<strong>un</strong>os hombres sentían por los niños y hasta dónde podían llegar para<br />
negar esa atracción. En <strong>un</strong> impulsivo gesto de generosidad, Max había pagado a Sergey y se había<br />
llevado a Alex. Lo había matriculado en la academia militar y le había proporcionado el dinero —<br />
que no el afecto— que había hecho posible que Alex sobreviviera hasta que pudo cuidar de sí<br />
mismo.<br />
Pero había sido Owen Quest quien había dado a Alex lecciones de madurez durante las<br />
vacaciones de verano, cuando había viajado con el circo para ganar algo de dinero, y luego, mucho<br />
más tarde, en la edad adulta, cuando cada pocos años dejaba atrás su vida y pasaba alg<strong>un</strong>os<br />
meses en la carretera. La parte del carácter de Alex que no había sido moldeada por el látigo de su<br />
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