Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—Tienes que demostrarles quién es el jefe. Enseñarles que eres tú la que manda.<br />
Él golpeó a <strong>un</strong>o de los animales, haciendo que se echara a <strong>un</strong> lado para que pudieran pasar los<br />
demás. Desde lo alto de las gradas, durante el espectáculo, Daisy había encontrado preciosos a los<br />
elefantitos, con esas orejas blanditas, aquellos encantadores rabitos y las expresiones solemnes,<br />
pero ahora le daban muchísimo miedo.<br />
Daisy había visto cómo manejaba Neeco Martin a los adultos (los machos, se recordó a sí<br />
misma, a<strong>un</strong>que hubiera jurado que todas eran hembras). Hizo <strong>un</strong>a mueca cuando Digger golpeó<br />
con fuerza a <strong>un</strong>o de ellos. Puede que ella no fuera amante de los animales, pero al ver aquello se<br />
revolvió por dentro. Los elefantes no habían nacido para vivir en <strong>un</strong> circo y nadie debería tratarlos<br />
tan brutalmente por no seguir las reglas de los hombres, en especial cuando dichas reglas iban<br />
contra sus instintos.<br />
—Tengo que ayudar a Neeco a pasear a los elefantes —dijo Digger. —Encárgate de llevar a los<br />
elefantitos hasta la estaca. Iré dentro de <strong>un</strong>os minutos para ayudarte a atarlos.<br />
—¡Oh, no! No, no creo que... —Aquel de allí es Puddin. Ése es Tater. El del fondo es Pebbies y<br />
este de aquí es Bam Bam, lo llamamos Bam para abreviar. Dale ahora a Pebbies con el pincho.<br />
Tienes que enseñarle modales. —Le ofreció el pincho a Daisy y se alejó.<br />
Daisy miró con consternación aquella arma del diablo. Bam abrió la boca, Daisy no supo si lo<br />
hacía para bostezar o para pegarle <strong>un</strong> bocado, y se echó hacia atrás. Dos de los elefantes metieron<br />
la trompa en el abrevadero.<br />
«Ahora sí que me voy a rendir», pensó ella. Había conseguido limpiar el camión, pero no<br />
lograría acercarse a los elefantes. Había alcanzado su límite.<br />
A lo lejos vio a Alex observándola, vigilándola como <strong>un</strong> buitre acecha a su presa antes de saltar<br />
sobre ella.<br />
Ella se estremeció y dio <strong>un</strong> paso indeciso hacia los elefantitos.<br />
—Eh... venga, amiguitos. —Temblorosamente señaló la estaca con el pincho.<br />
Bam (o quizá fuera Pebbies) levantó la cabeza y le lanzó <strong>un</strong>a mirada de desdén.<br />
Ella se acercó con inquietud.<br />
—Por favor, no me deis más problemas. Ha sido <strong>un</strong> día terrible.<br />
Tater levantó la trompa de la artesa y giró la cabeza hacia ella. A continuación Daisy recibió <strong>un</strong><br />
chorro de agua fría en la cara.<br />
—¡Aaah! —Gritó dando <strong>un</strong> salto atrás.<br />
Tater salió disparado a<strong>un</strong>que, por supuesto no hacia la estaca, sino hacía los remolques.<br />
—¡Vuelve! —gritó ella, frotándose la cara. —¡No hagas eso! ¡Por favor, vuelve!<br />
Neeco se acercó corriendo con <strong>un</strong>a larga barra metálica con <strong>un</strong> aguijón en forma de U en el<br />
extremo. Lo dirigió hacia Tater, escogiendo <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to detrás de la oreja. El elefante dio <strong>un</strong> fuerte<br />
chillido de dolor; se detuvo en seco y se giró inmediatamente hacia la estaca. Los demás elefantes<br />
lo siguieron con rapidez.<br />
Daisy miró a los animales antes de volverse hacia Neeco.<br />
—¿Qué le has hecho?<br />
Él se pasó la barra metálica de <strong>un</strong>a mano a otra y se apartó el largo cabello rubio de la cara.<br />
—Es <strong>un</strong>a picana. Lanza descargas eléctricas. No la uso a menos que sea necesario, pero ellos<br />
saben que la utilizaré si no se comportan correctamente.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 81