Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—Como si fuera a importarle. Y mira quién va a darme consejos. Todo el m<strong>un</strong>do habla de ti.<br />
Dicen que Alex se casó contigo porque estás embarazada.<br />
—Eso no es cierto. —repuso Daisy, pero antes de que pudiera añadir nada más, sonó el<br />
teléfono y se volvió para contestar. —Circo de los Hermanos Quest...<br />
—Con Alex Markov, por favor —dijo <strong>un</strong>a voz masculina.<br />
—Lo siento, en este momento no está aquí.<br />
—¿Podría decirle que lo llamó Jacob Salomón? Ya tiene mi número. Y dígale también que el<br />
doctor Theobald está intentando ponerse en contacto con él.<br />
—Le daré el recado. —Colgó y se preg<strong>un</strong>tó quiénes serían esas personas mientras anotaba el<br />
mensaje para Alex. Había demasiadas cosas sobre él que no sabía y tío parecía que se las fuera a<br />
contar.<br />
Heather se había ido mientras hablaba por teléfono. Con <strong>un</strong> suspiro, cerró con llave el cajón de<br />
la recaudación, apagó las luces y salió de la caravana.<br />
Los trabajadores ya habían desmantelado la casa de fieras y Daisy pensó en el tigre. Se<br />
encaminó hacia el lugar donde estaba situada la jaula, dejándose llevar hacia allí como si no<br />
tuviera ningún control sobre su destino.<br />
La jaula estaba situada sobre <strong>un</strong>a pequeña plataforma a <strong>un</strong> metro de altura. La luz de los<br />
reflectores iluminaba el interior. A Daisy le latía con fuerza el corazón mientras se acercaba<br />
lentamente. Sinj<strong>un</strong> se levantó y se giró hacia ella.<br />
La joven se quedó paralizada ante el impacto de esos ojos dorados. La mirada del tigre era<br />
hipnótica, directa, sin parpadeos. Sintió cómo <strong>un</strong> escalofrío le recorría la espalda y cómo se<br />
ahogaba en los ojos dorados del animal.<br />
«El destino.»<br />
La palabra atravesó la mente de Daisy como si no fuera ella quien la hubiera puesto allí, sino el<br />
tigre. «El destino.»<br />
No fue consciente de lo mucho que se había acercado a la jaula hasta que percibió el olor<br />
almizcleño del animal, <strong>un</strong> aroma que debería de haber sido desagradable pero que, sin embargo,<br />
no lo era. Se detuvo a menos de <strong>un</strong> metro de los barrotes y se quedó inmóvil. Los seg<strong>un</strong>dos dieron<br />
paso a los minutos y Daisy perdió la noción del tiempo.<br />
«El destino.» La palabra volvió a resonar en la mente de la joven.<br />
El tigre era <strong>un</strong> macho enorme, tenía las patas gigantescas y <strong>un</strong>a marca blanca en la parte<br />
inferior del cuello. Daisy comenzó a temblar cuando el aplastó las orejas dejando a la vista las<br />
ovaladas marcas blancas de estas; de alg<strong>un</strong>a manera ella supo que aquel era <strong>un</strong> gesto de amistad.<br />
El tigre desplegó los bigotes y le ensenó los dientes. El sudor se deslizó entre los pechos de Daisy<br />
cuando el animal emitió <strong>un</strong> rugido; el sonido diabólico de <strong>un</strong>a película de terror.<br />
No pudo apartar la vista del tigre, a<strong>un</strong>que supo que era eso lo que él quería. El animal le<br />
lanzaba <strong>un</strong>a mirada de desafío: ella debía apartar la vista primero. Y Daisy quería hacerlo —no era<br />
su intención desafiar al tigre, —pero se había quedado paralizada.<br />
Los barrotes parecieron desvanecerse entre ellos y ella sintió como si no tuviera ning<strong>un</strong>a<br />
protección ante él. El tigre podía abrirle la garganta de <strong>un</strong> zarpazo, pero a<strong>un</strong> así, Daisy no podía<br />
moverse. Miró directamente a los ojos del animal y sintió como si éste le leyera el alma. Pasó el<br />
tiempo. Los minutos. Las horas. Los años. Con ojos que no parecían suyos, Daisy vio sus propias<br />
debilidades y defectos; los miedos que la mantenían prisionera. Se vio en su privilegiada vida,<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 66