Doctrina y Convenios e Historia de la Iglesia - Seminaries ...

El Periodo de Nueva York y Pensilvania
La revelación requiere paciencia y el perseverar con fe.
• Doctrina y Convenios 9:3, 5, 11.
• El presidente Joseph Fielding Smith, en ese entonces
Presidente del Quórum de los Doce, escribió:
“Se explica que el fracaso de Oliver se debió a que no
había continuado como comenzó, y al resultarle difícil
la tarea, perdió la fe. La lección que aprendió era muy
necesaria, pues se le demostró que su llamamiento
consistía en actuar como escribiente de José Smith y que
éste era quien había recibido el llamamiento para traducir.
Debe de haber existido en él un deseo de ser igual al
Profeta y algo de impaciencia por tener que sentarse y
hacer de escribiente, pero al no poder dominar el don
de traducir, volvió a aceptar la voluntad del Señor”
(Church History and Modern Revelation, tomo I, pág. 51).
La revelación requiere esfuerzo.
• Doctrina y Convenios 9:7–9.
• El obispo Henry B. Eyring, en ese entonces miembro del
Obispado Presidente, habló sobre una asignación que había
recibido años antes de las Autoridades Generales:
“Después de meses de lo que parecía un esfuerzo inútil,
sentí la desesperación que embarga cuando parece que
los cielos niegan la ayuda necesaria para llevar a cabo
una tarea que uno sabe que es importante pero que está
fuera del alcance de nuestra capacidad.
“De alguna forma logré concertar una entrevista con
el presidente Harold B. Lee, quien me recibió con
suma bondad. Preocupado como estaba, no vacilé en
preguntarle: ‘Presidente Lee, ¿cómo puedo obtener
revelación?’
“Él se sonrió. Me alegro de que no se haya reído, ya que
era una pregunta rara de hacer. Sin embargo, me contestó
con un relato. En resumen, me dijo que durante la
Segunda Guerra Mundial, él había sido parte de un
grupo que analizaba la pregunta: ‘Qué debe hacer la
Iglesia por los miembros que se encuentran en el servicio
militar?’ Dijo que habían hecho entrevistas en las bases
a lo largo del país; habían reunido información y luego
la habían analizado. Volvieron a hacer más entrevistas,
pero seguían sin lograr idear un plan.
“Fue entonces que me dio la lección que yo voy a darles
a ustedes ahora, más o menos con estas palabras: ‘Hal,
cuando habíamos hecho todo lo estuvo a nuestro alcance,
cuando teníamos la espalda contra la pared, entonces
Dios nos brindó una revelación. Hal, si deseas obtener
revelación, sigue haciendo lo que debes hacer’ ” (“Waiting
upon the Lord,” en Brigham Young University 1990–1991
Devotional and Fireside Speeches, 1991, págs. 16–17).
El tiempo del Señor influye en las respuestas que recibamos.
• Doctrina y Convenios 9:10–11.
En ocasiones el Señor está dispuesto a brindarnos lo que
pedimos de acuerdo con nuestros justos deseos. Sin embargo,
en virtud a Su sabiduría y deseo de enseñarnos, la respuesta
podría ser: “Sí, pero no ahora”. José Smith recibió una revelación
así cuando se encontraba en la cárcel de Liberty. El élder Neal
A. Maxwell, miembro del Quórum de los Doce, explicó:
“La oración es una súplica, pero a la vez implica
una enseñanza. José, estando en la cárcel, rogó a Dios,
‘Permite que tu enojo se encienda en contra de nuestros
enemigos’ (D. y C. 121:5). Pero Dios le aconsejó que
tuviese paciencia, que equivalía a decir: ‘todavía no’ ”
(But for a Small Moment, 1986, págs. 43–44).
• A veces el Señor deja que tomemos nuestras propias
decisiones. El presidente Brigham Young enseñó:
“Si le pido que me dé sabiduría en cuanto a cualquier
exigencia de la vida o con respecto a mi curso o el de
mis amigos, mi familia, mis hijos o aquellos sobre quienes
presido y Él no me contesta, y entonces yo hago lo que
la razón me aconseje, el Señor está obligado a aceptar
y a honrar tal acción, y lo hará en todo sentido”
(Discourses of Brigham Young, pág. 43).
El miedo puede impedirnos tener la fe suficiente para
recibir revelación.
• Doctrina y Convenios 9:11; y el comentario para Doctrina
y Convenios 9:10–11 en Doctrina y Convenios, Manual para el
alumno: Religión 324–325 (pág. 20).
• El presidente Gordon B. Hinckley, en ese entonces Consejero
de la Primera Presidencia, enseñó:
“¿Quién de entre nosotros puede decir que no ha sentido
miedo?… Sufrimos el temor al ridículo, el temor al
fracaso, el temor a la soledad, el temor a la ignorancia.
Algunas personas le temen al presente, otras al futuro;
algunos llevan consigo la carga que les impone el pecado
y estarían dispuestos a dar casi cualquier cosa por
deshacerse de esa carga, pero temen cambiar sus vidas.
Reconozcamos que el temor no viene de Dios, sino que
más bien ese elemento torturador y destructivo viene
del adversario de la verdad y la justicia. El temor es lo
opuesto a la fe; es corrosivo y hasta mortal en sus efectos”
(“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía”,
Liahona, febrero de 1985, pág. 21).
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