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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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Alguna vez León Trotsky dijo que la fuerza y estabilidad de la economía de la URSS se definía, en último<br />

término, por el rendimiento relativo del trabajo; esto es, en relación a la productividad y tecnología de los<br />

países capitalistas más adelantados. Esta idea se puede extender a los países capitalistas dependientes,<br />

como Argentina: cuando se juzgan los resultados del proyecto “industrializador”, es necesario ponerlos en<br />

relación al desarrollo mundial.<br />

Antes de continuar, es necesario precisar el criterio con el que evaluamos el desarrollo argentino en la última<br />

década. Se trata de preguntarnos en qué medida el “modelo” ha promovido el desarrollo económico. O sea,<br />

en qué medida ha generado una transformación de la estructura económica, de manera que haya una<br />

creciente aplicación del conocimiento técnico a la producción de riqueza, junto al aumento de las<br />

capacidades productivas. En consecuencia, en lo que sigue el cuestionamiento no se dirige al carácter<br />

explotador del capitalismo argentino, sino a la medida en que cumple con su “misión histórica” de<br />

desarrollar las fuerzas productivas. Esta idea no es propiamente “marxista”, ya que estuvo presente en el<br />

pensamiento económico burgués más progresista, desde los orígenes del capitalismo (Maquiavelo, Locke,<br />

Smith, Ricardo, etc.). Y fue retomado luego por expresiones del pensamiento burgués progresista, tanto de<br />

los países adelantados, como atrasados. El mismo criterio primó en lo mejor del estructuralismo<br />

latinoamericano; por ejemplo, en Celso Furtado. En esta tradición, el desarrollo está determinado por la<br />

inversión productiva, y ésta es vital para mejorar la posición competitiva de los capitales nacionales en el<br />

mercado mundial. Es que en última instancia, muchos de los problemas que enfrentan los países tienen su<br />

raíz en la forma en que se insertan en la división internacional del trabajo. Como señala Thirwall (<strong>2012</strong>),<br />

citando a Marshall, “las causas que determinan el progreso económico de las naciones pertenecen al estudio<br />

del comercio internacional”.<br />

Se trata entonces de un enfoque opuesto al programa de desarrollo autárquico, de espaldas al mercado<br />

mundial, que suelen alentar las corrientes pequeño burguesas nacionalistas. No hay países autosuficientes;<br />

algunas ramas se desarrollan por encima de las necesidades de la demanda interna, y otras por debajo. El<br />

modo de producción capitalista es por naturaleza mundial, y los diferentes espacios nacionales de valor se<br />

articulan en esta totalidad. La interdependencia de esos espacios nacionales está condicionada por los flujos<br />

de comercio e inversiones, el grado de endeudamiento, y las variaciones del tipo de cambio. Por eso, es clave<br />

el grado de desarrollo de las fuerzas productivas a partir del cual un país participa en el mercado mundial.<br />

Ninguna economía puede prescindir de las importaciones de maquinaria y tecnología, so pena de quedar<br />

irremediablemente atrasada. De ahí que todo dependa de la interrelación entre la inversión y las<br />

exportaciones, y de la estructura de éstas. En este respecto, Thirlwall también apunta que no es indistinto si<br />

un país produce repollos o computadoras, ya que la composición de las exportaciones tiene importancia para<br />

la desempeño económico (Thirlwall, <strong>2012</strong>). Una economía cuyas principales exportaciones son materias<br />

primas, es mucho más vulnerable a los cambios en la demanda mundial y a las fluctuaciones de precios, que<br />

una que posee una matriz productiva diversificada, y con industrias que generan alto valor agregado. Desde<br />

el punto de vista de la teoría del valor de Marx, se puede demostrar que si un país exporta materias primas o<br />

productos industriales de bajo valor agregado, sufrirá un creciente deterioro de los términos de intercambio,<br />

en el largo plazo.<br />

En base a lo expuesto, se comprende la importancia de avanzar hacia una producción basada en trabajo<br />

complejo y tecnología. Obsérvese que este enfoque no solo se diferencia del estrechamente nacionalista (de<br />

la idea reaccionaria de “vivir con lo nuestro”), sino también se opone al programa neoclásico. Según este<br />

último, cada país debe centrarse en sus “ventajas comparativas” y liberar los mercados; y el Estado solo<br />

tiene que ocuparse de garantizar la propiedad privada. Pero en la visión burgués progresista (al estilo<br />

Kalecki, Kaldor, neoschumpeterianos o estructuralistas neoschumpeterianos) el desarrollo capitalista exige la<br />

intervención estatal, con el objetivo de lograr la diversificación, la actualización tecnológica y la innovación.<br />

Esto implica inversión en infraestructura, I&D, educación y salud (pero no alimentar al lumpen, ni el gasto<br />

suntuario). Es una visión bastante distinta de la defendida por los neoclásicos, que en sus versiones extremas<br />

(algún economista de la UCEMA) llega a sostener que un país atrasado no debería invertir en I&D, porque

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