Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos
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Así, el ideal de las oligarquías puede ser la “tierra de nadie” donde cada quien toma lo que quiere, a voluntad<br />
y según su fuerza, mientras el indefenso no se convierte en sujeto, sino que permanece en la pasividad, la<br />
parálisis e incluso busca refugio en los mismos valores oligárquicos, colocando el interés particular por<br />
encima de cualquier otra consideración humana y del espacio común, en el que unos se despojan a otros.<br />
Algo de esto ocurrió por ejemplo en San Fernando, Tamaulipas, en México, lugar asolado por años (en la<br />
segunda mitad de la primera década del milenio) por un cartel de narcotraficantes. La mafia –conocida como<br />
“la maña”- se llevaba gente a la vista de todos, gente que muy bien podía ser inocente (como ocurrió con un<br />
grupo de migrantes). Si el grueso de la población no dijo nada ni impidió las exacciones, es porque, al decir<br />
de algunos, tienen “familia que mantener” o que “cuidar”[54]. Nadie ve por otros, no hay espacio de<br />
intercambio, “no hay nadie” (aparentemente, puesto que lo público ha sido ocupado) y cada quien ve por lo<br />
suyo, sin más: es la supuesta “sociedad civil” con intereses –porque ciertamente los hay- donde en realidad<br />
ha desaparecido toda producción de sociedad en lo que pudiera tener de humano, que no es la “libertad”,<br />
sino la sobrevivencia de la comunidad. No se trata de una anomalía, como no lo fue la ausencia de fuerza<br />
pública efectiva por años en San Fernando: es más bien el resultado de una corrupción generalizada de las<br />
costumbres y de un espacio público confiscado. No es “tierra de nadie”: “cada uno” ha entendido que se<br />
arriesga a ser despojado, incluso de la vida.<br />
Aunque no formen ciudadanos ni mucho menos garanticen un mínimo de convivencia cívica, las oligarquías<br />
latinoamericanas difícilmente han aceptado que se las retrate como amorales y causantes de la corrupción<br />
de las costumbres ya mencionada. Esas oligarquías se reservan el derecho de retratar como “bárbaros” a<br />
quien las reta, y por ello sin derecho a la ciudadanía –lo propio del “bárbaro” desde la Antigüedad. No es<br />
raro que los contendientes tengan que retroceder ante el riesgo de mayor atomización, justamente a falta de<br />
civismo y de “producción de sociedad”. Cuando algún contendiente que retrata como inmorales a quienes<br />
detentan el poder se convierte además en alternativa, no es raro que se lo excomulgue o que se lo amenace<br />
con ello, de tal modo que, en lugar de la esfera cívica, el “debate” se instala en el terreno religioso, donde la<br />
excepción es sacra y la comunidad es “comunión de todos”. El opositor aparece entonces como supuesto<br />
“mesías”, como pretendido “redentor” que usurpa un lugar que no es suyo. Si persiste en la independencia, el<br />
riesgo es mayor. Un estudio de Carlos Mario Perea Restrepo[55] ha demostrado que es lo que sucedió hace<br />
tiempo en Colombia con Jorge Eliécer Gaitán, quien se atrevió de distintas maneras a poner al descubierto la<br />
inmoralidad –“el “relajamiento moral”- de la oligarquía colombiana o, si se quiere, su “parroquialismo” o<br />
incluso, dicho sea en con palabras de Banfield, el “inmoralismo familiar” de los conservadores. Perea<br />
Restrepo muestra bien cómo se produce este conflicto en una comunidad que no ha cuajado como tal, es<br />
decir, que no ha terminado de hacerse como Estado ni como nación: en este marco, el conservadurismo orilla<br />
a la “guerra teológica” donde la alternativa no termina de presentarse como tal, porque el terreno de debate<br />
es conservador. Gaitán se vio probablemente encerrado en una contradicción, a falta de base comunitaria<br />
sólida: entre denostar la “barbarie” real de la oligarquía y adoptar un tono religioso para reivindicar la<br />
purificación social mediante la participación popular y la “regeneración moral”. Aún así, no puede decirse<br />
que se haya tratado de “mesianismo” y ni siquiera de “caudillismo” -aunque sí tal vez de suplir con una moral<br />
de inspiración religiosa la falta de organización. Seguramente no haga falta señalar hasta qué punto<br />
Colombia –entre otros países de América Latina- paga hasta hoy, fachadas aparte, el precio de la<br />
desarticulación de la sociedad y los lazos recíprocos. Insistamos en que no es un caso único.<br />
Notas:<br />
[1] Investigador Titular, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, desde hace 20 años, y Docente en<br />
Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Líneas de investigación: ideas y<br />
mentalidades en América Latina. Libros más recientes: El Nuevo Mundo en la encrucijada, IISUNAM- Ithaca,<br />
2007, y El culturalismo estadunidense, IISUNAM-Bonilla Artigas, 2008.<br />
[2] Memoria Histórica/CNRR, 2009:13