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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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óptica como la de Mauss- la prohibición de sacar ventaja del otro, por los motivos que sean, y antes al<br />

contrario, la obligación de “producir lazos” retribuyendo lo recibido –retribuir, antes que devolver, es la<br />

palabra reiterada por Sahlins[39]. Lo fundamental de la reciprocidad está en el intercambio (lo que a veces<br />

un turista no entiende de un acto de “compra-venta” con un indígena), no en quién se apropia de “la cosa”<br />

(ni del alma de la cosa, dicho sea de paso). Así las cosas, hay distintos modos de representarse el civismo, la<br />

convivencia en sociedad.<br />

América Latina: de la escisión<br />

Antes de la llegada de los españoles existían en la actual América Latina grupos indígenas con los más<br />

diversos grados de evolución. Había desde civilizaciones ya desaparecidas (como la maya) hasta numerosas<br />

formas de vida comunitaria que han sobrevivido hasta hoy, también en distintos grados. En los dos grandes<br />

imperios vencidos, el azteca y el inca, se encontraban bases comunitarias, desde el calpulli hasta el ayllu que<br />

José Carlos Mariátegui se encargó de reivindicar. Esas bases comunitarias se prolongan hoy en la minga (ayni)<br />

andina (donde existe la curiosa expresión “devolver el día”, como muestra de la lógica del don), el randirandi<br />

(“dando y dando”) y el “cambia mano” (randinpa), o en México en el tequio y la gozona oaxaqueños<br />

(que tiene otros muchos nombres), pasando por el llamado “buen vivir” que ha sido retomado en Ecuador (el<br />

sumak kawsay) y luego en Bolivia. Interesa señalar de entrada que es posible probar que aún de modo<br />

fragmentario sobrevivieron restos de comunidad procedentes del mundo precolombino violentado por la<br />

Conquista. La ausencia de vida comunitaria en el conjunto de la sociedad, si aquella se pudiera probar, no<br />

sería atribuible entonces a una “barbarie” indígena que impediría decir “nosotros”, puesto que ese<br />

“nosotros” existe hasta la actualidad en muchos grupos de origen prehispánico. Es el poder oligárquico, de<br />

aspiración colectiva pero no comunitaria, que ha impedido fundar los cimientos comunitarios del Estado y la<br />

nación. Al mismo tiempo, es gracias a la sobrevivencia de modos de vida comunitarios que, por sorprendente<br />

que parezca, muchos precarios Estados nacionales latinoamericanos no han terminado de venirse abajo y no<br />

se desplomaron hasta extinguirse por ejemplo en dos décadas o más de graves –por sus consecuencias-<br />

ajustes estructurales, entre los años ‘80s y ‘90s del siglo XX. Con todo, lo que ha existido en América Latina es<br />

según veremos un exceso de “inmunidad”. De este modo, salvo cuando hay antecedentes comunitarios que<br />

resisten desde abajo aún sin ser hegemónicos, es prácticamente imposible hablar de “sociedades civiles” –en<br />

términos de lazos de solidaridad- y lo que es más, de un mínimo de convivencia cívica que cimiente la<br />

democracia y permita “producir sociedad”. En vez de que ocurra esta “producción”, está cortocircuitada u<br />

obstruida por la imposición del señorío y su creencia en un “derecho de excepción” que niega la lógica del<br />

don. El problema de sociedad es asunto que apenas comienzan a plantearse algunos gobiernos<br />

latinoamericanos, más ahora que el “nosotros” de los trabajadores se ha opacado (como ocurrió en la<br />

minería boliviana del altiplano, por ejemplo). Así, no es la “barbarie” de los de abajo la que ha impedido<br />

crear un sólido “nosotros” y fundar un civismo que sea realmente practicable. Lo que se opone a este civismo<br />

es el poder oligárquico, que aún hablando en nombre de “todos” busca desbaratar cualquier comunidad<br />

mediante una inmunidad de origen señorial y con respaldo en la modernidad y su juego de “intereses”, a cual<br />

más fuerte. Ese “todos” oligárquico no implica que haya una “red” de solidaridades ni de obligaciones: es un<br />

“todos” que usurpa el lugar de la comunidad y destinado a acallar cualquier independencia de criterio y<br />

cualquier individualidad (el “yo”), como si se trataran de “desviaciones” del interés o la voluntad generales –<br />

mecanismo clásico para legitimar una dominación. No se puede decir “nosotros” mediante la organización<br />

comunitaria desde abajo que el poder teme, ni se puede decir “yo”. Únicamente “se” dice “se” en busca de<br />

una fusión/unísono que anule discrepancias y permita la omnipotencia de unos cuantos.<br />

La relación señorial es de dependencia pero, si bien esta puede crear una apariencia de igualdad, a veces de<br />

“tú a tú”, desde el punto de vista del señor la desigualdad no se hace a un lado ni al dar, ni al recibir. Es una<br />

relación de sentido único: se da como favor, sin estar obligado, y se recibe lo retribuido como debido. Las<br />

obligaciones no son recíprocas: quien es libre no tiene obligaciones y viceversa –en el segundo caso, lo señala<br />

de inmediato en el señorío algo como el derecho de pernada, que sella la desigualdad. El señor que recibe lo<br />

que le dan lo hace como algo que le es debido, como es debido que se le sirva y disponer de los demás,

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