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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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tradicional centro de la vida política boliviana, se encontraron con la dura pared de los agentes de la policía<br />

antidisturbios, lo que desató una indignación general que derivó en choques violentos aunque naturalmente<br />

desiguales y, al rato, en una represión feroz que se extendió durante dos horas e incluyó golpes a los<br />

manifestantes, gases lacrimógenos y descargas eléctricas aplicadas al metal de las sillas de ruedas.<br />

El 30 de septiembre de 2010, en Quito, un sector de la tropa de la Policía Nacional inició una huelga en<br />

protesta por la sanción de una ley que los afectaba. Los policías cortaron rutas, cerraron los ingresos al<br />

Parlamento y lograron sumar a efectivos de la Fuerza Aérea que bloquearon la pista del aeropuerto<br />

internacional. Rafael Correa se trasladó al cuartel policial para intentar convencer a los rebeldes, pero fue<br />

herido e internado en un hospital cercano. Al rato, el hospital fue rodeado por cientos de policías que dejaron<br />

al presidente virtualmente secuestrado. En lo que ya todos calificaban como un intento –desarticulado y<br />

desprolijo pero intento al fin– de golpe de Estado, Correa declaró el estado de excepción y pidió un salvataje.<br />

Lo rescató el Ejército tras veinte minutos de tiroteo transmitido en vivo por la televisión.<br />

El 4 de febrero, pocos días antes del inicio del carnaval, un tercio de los 30 mil policías del estado brasileño de<br />

Bahía iniciaron una huelga en reclamo de una ley que garantice un piso salarial para los integrantes de las<br />

fuerzas de seguridad de todo el país. Con los líderes atrincherados durante días nada menos que en la sede<br />

de la asamblea estadual, la huelga produjo la paralización temporal de la actividad turística, saqueos<br />

dispersos y una ola de asesinatos (al parecer, las bandas narcos aprovecharon el vacío y en tres días hubo<br />

139 muertos). Ante el inicio de un paro similar en Río de Janeiro, Dilma Rousseff asumió el tema como un<br />

problema nacional y lanzó –nunca dejaremos de sorprendernos por la influencia de la industria del<br />

espectáculo estadounidense a la hora de titular– un operativo al que llamó “La ley y el orden”. La presión<br />

convenció a los policías rebeldes.<br />

Seguridad y defensa<br />

Como en su momento la militar, la “cuestión policial” es uno de los grandes problemas de América Latina, y<br />

Argentina no es la excepción. Lo vimos en los últimos días, con las huelgas de las policías de Chubut y Santa<br />

Cruz, pero también con los casos de represión fatal en Bariloche, Jujuy y Neuquén. Y ello sin mencionar el<br />

problema más grave de todos, el de la policía bonaerense, con episodios de homicidios dudosos, abusos y<br />

torturas registrados todos los años. Si se piensa bien, la política de seguridad de la provincia de Buenos Aires<br />

ha sido una de las más erráticas y peligrosas de todas las implementadas desde el retorno de la democracia,<br />

tal como revela el simple recuento de los ministros: de Alberto Piotti a León Arslanian, de ahí a ¡Aldo Rico! y<br />

luego a Juan José Alvarez y Juan Pablo Cafiero, para volver de nuevo a Arslanian, hasta llegar a Carlos<br />

Stornelli y Ricardo Casal.<br />

Lo notable, en esta mezcolanza cacofónica de nombres y políticas, es la incapacidad que ha demostrado el<br />

progresismo para elaborar una propuesta seria en un área que apenas se asoma a una crisis se desliza<br />

inevitablemente hacia la derecha, hacia lo que los especialistas definen como “populismo penal”. La<br />

explicación tal vez pase por la relación tensa que las corrientes que promueven el cambio social siempre han<br />

establecido con la idea de orden y por la creencia, propia de un izquierdismo naif, de que la violencia<br />

delincuencial es un producto automático de la pobreza (y que por lo tanto hasta que no se resuelva la<br />

segunda no tiene mucho sentido ocuparse de la primera). Y, también, claro, por los recuerdos del accionar de<br />

las fuerzas represivas durante las dictaduras. El resultado, en todo caso, es que existen muy pocos expertos<br />

que realmente conozcan el tema y puedan mostrar experiencia acumulada desde un enfoque diferente al<br />

manodurismo hegemónico: solo algunos especialistas, como Arslanian, Marcelo Sain o Nilda Garré, y un<br />

puñado de instituciones entre las que sobresale el CELS.<br />

La consecuencia de esta desidia progresista es que las fuerzas de seguridad permanecen como uno de los<br />

pocos núcleos de poder corporativo intocados. En las últimas tres décadas, con mejores o peores intenciones<br />

y resultados, el poder político, es decir el poder democráticamente elegido, ha enfocado su ánimo reformista<br />

a la justicia, la Iglesia, los empresarios, los medios y, por supuesto, los militares. Pero la policía, como el<br />

sindicalismo, ha logrado mantenerse asombrosamente a salvo.<br />

Y es curioso, pues Argentina cuenta con algunas ventajas ausentes en otros países de la región, la más<br />

importante de las cuales es la limitación impuesta a la función militar (1). En efecto, la crueldad de la última<br />

dictadura y el derrumbe pos Malvinas posibilitaron un proceso de revisión profunda del rol de los militares,<br />

que incluyó juicios en tribunales penales, el control civil de la política de defensa y el hecho inédito de que, a

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