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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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dispuestos a que la comunidad se fracture y se atomice con tal de sobrevivir, pero también, a veces, con tal<br />

de sentirse parte de la excepción a una regla humana que por lo demás no siempre se conoce, o que se<br />

identifica con una “mortal” y “fatal” necesidad. Así, partimos no nada más de la descripción de hechos como<br />

los de El Salado en Colombia o de los campos de detención argentinos. Partimos de la idea –que buscaremos<br />

entonces apuntalar- de que en esa violencia extrema se expresa en buena medida la forma de existencia de<br />

una “sociedad” que en realidad no es tal.<br />

Hemos considerado que la categoría de “totalitarismo” no es muy útil, porque pudiera hacer creer en un<br />

“control total” o una “participación masiva” en la brutalidad. Ocurre más bien que hay una fractura social,<br />

aunque no sea reconocida como tal. Nos interesa demostrar en este artículo que esta fractura lleva a un<br />

desdoblamiento entre libertad y necesidad, que son asuntos absolutos en la representación oligárquica del<br />

mundo. Si el victimario quiere sentir libertad absoluta, a la víctima no le queda más que “revolcarse en la<br />

necesidad”, por así decirlo. Por esta misma razón, las oligarquías latinoamericanas se han mostrado<br />

incapaces de fundar una ciudad democrática que reconozca que una sociedad es producción de necesidades<br />

sociales: lo que es más, aquellas no han conseguido ni siquiera fundar reglas mínimas de convivencia cívica,<br />

más allá de emblemas y ceremonias. Es tanto como decir que, aún con su capacidad de represión, esas<br />

oligarquías no pasan de ser asociales, por decir lo menos, aunque quieran significar lo contrario al reivindicar<br />

valores como los familiares o los religiosos. Habida cuenta del desdoblamiento referido, no hay sociedad en<br />

la medida en que los lazos de reciprocidad no son considerados determinantes. Por el contrario, si esos lazos<br />

llegan a ser comunitarios, organizados e independientes, son percibidos como un “nosotros” desafiante ante<br />

el estado de atomización y parálisis en el que cada quien cree poder “sacar lo suyo” sin pagar por ello.<br />

Lo que todo lo anterior señala es lo siguiente: no existe espacio público, lo que es tanto como decir que no<br />

hay ciudadanía, ni tan siquiera el menor asomo de civismo, así sean hechos discursos “civilistas”. Lo que<br />

existe es un poder crudo que ampara a unos y desampara a otros gratuitamente–al menos en apariencia-.<br />

Donde algunos creen –tal vez, con imprudencia- que no hay nadie, en la “plaza pública”-, en realidad ocurre<br />

que está ocupada, invadida, lo cual supone un despojo. Lo que existe en lugar del civismo y de la comunidad<br />

es el despojo reiterado de los lugares que una civilidad real debiera dar a cada quien.<br />

¿Una sociedad civil de intereses?<br />

¿En qué tipo de civismo es posible pensar? La cultura cívica suele entenderse con frecuencia en la perspectiva<br />

estadounidense –hoy bastante difundida- como capacidad para participar en política, pero además para<br />

hacerlo “siguiendo intereses”, en el nombre de un interés que pareciera haberse vuelto sacrosanto –para que<br />

cada quien “tenga lo suyo” y el derecho a “tomarlo”- y parte constitutiva esencial de la supuesta naturaleza<br />

humana. ¿Qué hay de más normal que seguir el interés propio? El modo de participar en política, si no es<br />

moderno, es “parroquialista” o “mixto”, según Gabriel Almond y Sidney Verba, cuyo texto The civic culture<br />

(en el cual se hacen comparaciones entre varios países, México incluido), ha llegado a considerarse de<br />

lectura obligada. En la perspectiva “racional-activista”, mencionada por dichos autores, cabe hacer notar<br />

que la razón se confunde con el cálculo, de tal modo que el ciudadano que participa debiera “estar bien<br />

informado y tomar decisiones –por ejemplo, su decisión de cómo votar– sobre la base de un cálculo<br />

cuidadoso en cuanto a los intereses y los intereses que quiere que sean seguidos”[11]. La libertad se asocia al<br />

interés y éste al cálculo: estamos ante la libertad de escoger de tal modo que se minimicen costos y se<br />

obtenga la mayor ganancia o que se saque el mayor provecho. Los derechos pueden quedar asimilados al<br />

procedimiento que garantice lo anterior. La libertad no está reñida con el interés, lo que se expresa en Milton<br />

Friedman cuando postula su “libertad de elegir”, siempre cuidando de no explicitar que en lugar de elección<br />

hay en realidad cálculo (más si se trata de un consumidor).<br />

No hay aquí nada que obligue al ciudadano a cumplir con deberes. No hay compromiso con el colectivo,<br />

aunque la “cultura política” parezca indicar lo contrario. Hay, sí, respeto por la ley hasta donde supone<br />

respeto por la propiedad privada. Pero no queda claro dónde se encuentra el espacio colectivo, como no sea

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