Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos
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http://sur.infonews.com/notas/noticias-policiales-y-seguridad-democratica<br />
Los relatos de casos policiales atrapan a los lectores y televidentes como la miel a los osos. Los motivos<br />
pueden enmascararse en la necesidad de “estar al tanto de la realidad”; sin embargo, se cuelan en la<br />
psicología de los receptores por motivos que tienen más que ver con meterse en los confines de la condición<br />
humana que con estar bien informado. Juan Madrid – consagrado historiador, periodista y escritor español<br />
de novela policial– suele contar en sus charlas que Edgar Allan Poe escribió "Los crímenes de la calle<br />
Morgue" sin haber viajado jamás a Francia. El autor estadounidense –uno de los más grandes escritores<br />
románticos y brillante narrador de historias de detectives– vivía en Virginia y, según cuenta Madrid, los<br />
diarios de la época empezaban a publicar con éxito casos policiales. Los lectores urbanos empezaban a sentir<br />
temores distintos a los de sus padres o abuelos granjeros o campesinos: empezaban a sentir el miedo a partir<br />
de la lectura de hechos considerados reales. El círculo se armaba: la inquietud por el robo o el asesinato<br />
incentivaba la demanda de relatos detectivescos y el de la circulación de noticias.A causa de esa circulación,<br />
Poe pudo situar "Los crímenes…" en una calle de París y contar la muerte de dos mujeres tal y como si las<br />
hubiera visto. La primera publicación del cuento, desde ya, corrió por cuenta de una revista. Hay<br />
antecedentes de relatos del género, como es el caso del imperio romano, precisamente porque Roma era una<br />
gran urbe, que tenía red de agua y también policías, ladrones… y escritores.Pensando en la modernidad, no<br />
debe perderse de vista que "Los crímenes de la calle Morgue" es considerado el primer relato policial y que<br />
aparece junto a la combinación del miedo al delito y la expansión de la prensa escrita. Esa escena social tiene<br />
como protagonistas fuertes a los cuerpos de investigación policial. De hecho, Poe creó al detective Dupin<br />
como el personaje que, siguiendo indicios, llega a develar crímenes. Lo hace por métodos deductivos y ve<br />
cosas que otros investigadores no alcanzan a ver. El secreto de Dupin parece ser el tener la cualidad de<br />
ponerse en la piel y la mente de los criminales. Así puede entender sus perversiones, sus bajas pasiones, sus<br />
deseos más ocultos. En definitiva, Poe describió acontecimientos, pero sobre todo se adentró en las<br />
motivaciones, en las conductas. Mostró, de modo inquietante, cuánto pueden tener de común un policía y un<br />
asesino cuando el primero se atreve a dejarse invadir por las pulsiones del criminal. Las transgresiones de los<br />
roles son, quizá, el componente más atractivo para el lector.¿Cuáles son las razones? Primero, la gran<br />
imaginación del autor y su enorme destreza narrativa. Segundo, las ambigüedades y conflictos de la sociedad<br />
en la que se desarrolla el relato. Podría agregarse que se trata de la condición humana, pero eso es como<br />
hablar del sexo de los ángeles. Lo concreto es que Poe fue un pionero. De algún modo fue iniciador de la<br />
novela policial inglesa, basada en la resolución de enigmas. En los Estados Unidos, con el tiempo, surgió otra<br />
corriente, más social –cuyas expresiones más visibles son Hammett y Chandler– que se valieron de detectives<br />
que husmean a ricos y a pobres, a corruptos y a héroes anónimos, a ambiciosos y a desesperanzados.Cabe<br />
preguntarse si los cronistas de Policiales (o de Sucesos, como la llaman curiosamente los españoles), al<br />
menos en la Argentina, respiraron algo del perfume de esos detectives. Un grande, contemporáneo, fue el<br />
“Turco” Enrique Sdrech, un tipo sensible, de origen socialista, de cuya muerte se cumplieron hace pocos días<br />
nueve años. El Turco era creíble. Sobre todo, porque hacía su trabajo con seriedad. Para la misma época,<br />
José De Zer, movilero de Nuevediario, hacía la pantomima de acompañar a las brigadas policiales cuando<br />
había batidas. Más de una vez, la representaban para el canal de Alejandro Romay. El rating era<br />
impresionante. Y De Zer tenía el clásico “Seguime, Chango” que se parecía al “Vamos, Silver” del Llanero<br />
Solitario. Nada más que el Chango era Carlos Torres, el camarógrafo que tomaba imágenes desprolijas,<br />
mientras que Silver era el caballo de un personaje de Hollywood. De Zer no era siquiera verosímil, pero era<br />
imbatible: a quien no le gusta sentirse al lado de donde puede producirse esa imagen tan repetida de la tele,<br />
el cine o la literatura, que son un par de balas incrustando en un cráneo y un cuerpo desvaneciéndose y<br />
pasando a mejor suerte.Eso sí, mucho rating; pero de la psicología de los delincuentes, nada. Menos aun de<br />
la sociedad que los alberga. En todo caso, esas notas de De Zer quedarán como material antropológico para<br />
estudiar las conductas de los dueños de los medios y de los voceros policiales que incitan a ese sentimiento<br />
ambiguo entre el miedo y el deseo de matar que anida en cada uno de los inocentes televidentes que ayer en<br />
Nuevediario y hoy en decenas de formatos –empeorados– rompen la rutina y se zambullen en el morbo de<br />
las tramas delictivas y policiales. Hay, desde ya, algunos excelentes formatos y muy buenos cronistas. Por<br />
caso, el ciclo Historias del crimen que hizo Ricardo Ragendorfer en Telefe hace casi diez años fue una<br />
verdadera clase. Se trataba de entrevistas en profundidad a condenados por delitos pesados y que, desde la<br />
cárcel, dieron conformidad para el programa.La seguridad democrática. Hace no mucho, cuando se creó el