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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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Sin plantear aquí cuestiones de precedencia lógica o teórica, se impone destacar que un enfoque de este tipo<br />

solo puede traducirse en una forma de una propuesta de organización social de vocación sin duda<br />

reformista, pero también de orientación conservadora. Esta es, sin duda, una de las consecuencias más<br />

claras que se deriva de la metáfora biológica “normal versus patológico”. En efecto, un organismo o una<br />

sociedad internamente desajustados, un cuerpo biológico o social enfermo, no puede superar sus dificultades<br />

recurriendo a cambios bruscos o a transformaciones “revolucionarias”: se trata siempre de restablecer, de<br />

recuperar, de restaurar la salud deteriorada. Y si para ello se requieren algunas reformas, éstas tienen<br />

siempre que preservar y consolidar, pero no cambiar, al organismo (biológico o social). No obstante, el<br />

conservatismo de Durkheim tenía una cara progresista: para él se trataba de preservar, no cualquier forma<br />

de orden social, sino una donde prevalecieran los valores del derecho, de la tolerancia religiosa, de la libertad<br />

y del pluralismo; de un orden (visto desde las coordenadas de hoy) parcial, pero también crecientemente<br />

democrático.<br />

Más allá de algunas fórmulas, producto de la efervescencia más que de la gramática teórica de su<br />

pensamiento, aquello que Durkheim se empeña en afirmar y reafirmar de manera constante es la aparente<br />

perogrullada –grávida sin embargo de consecuencias– según la cual toda sociedad es social o no es sociedad.<br />

En cierto modo, no estaríamos malinterpretando a Durkheim si dijéramos que, para él, toda sociedad es<br />

“socialista”, no en el sentido histórico-político usual del término, sino en el que toda sociedad está<br />

organizada con vistas a su preservación como sociedad instituida y subordina todo con arreglo al objetivo de<br />

esa preservación, que es siempre preservación y reproducción de esta sociedad determinada.<br />

Aun aquella sociedad que se autoafirmara como más acendradamente individualista no dejaría por ello se<br />

ser “socialista” en la medida en que prestigiaría e impondría esta significación, este “valor” social (ni natural<br />

ni trascendente) que es el individuo.<br />

Cuando Durkheim afirma, como una consigna metodológica, que “lo social se explica por lo social” y cuando,<br />

por otra parte, caracteriza a la sociología como la ciencia que estudia las creencias, los juicios, las normas de<br />

conducta instituidos por la colectividad anticipa una mirada sobre lo social-histórico que será validada y<br />

desarrollada muchos años más tarde y que continúan hoy mismo siendo discutidas: en particular, la<br />

concepción de lo social como realidad sui generis y la tesis del carácter instituido de las crencias, las reglas y<br />

las formas sociales.<br />

Estas propuestas teóricas armonizan con uno de los aspectos poco conocidos del pensamiento de Durkheim:<br />

nos referimos a sus ideas sobre las estructuras políticas y, ante todo, del Estado. En sus obras póstumas estos<br />

temas son desarrollados in extenso . Se destaca en su análisis el sutil proceso de “reducción fenomenológica”<br />

–recurso ya uilizado en sus estudios más conocidos– por medio del cual Durkheim va delimitando y ciñendo<br />

progresivamente la especificidad del Estado, para luego definir a este último en términos positivos.<br />

En la opinión común de casi todo el mundo, en la terminología misma (que lleva a pensar en “gobierno”, en<br />

“poder ejecutivo”, en “gestión pública”, etcétera) se concibe al Estado como una instancia volcada hacia la<br />

práctica y hacia la ejecución en gran escala de medidas efectivas. Se supone que ese rol activo está basado<br />

en análisis y en proyectos previamente discutidos, pero ello no es óbice para mantener la idea de que el<br />

papel activo en cuestión es el papel principal y específico del Estado. Durkheim rechaza esa concepción y la<br />

atribuye a una confusión entre lo que podríamos llamar –en términos algo diferentes a los de nuestro autor–<br />

el Estado y la administración. Es a esta última a quien le compete efectuar las tareas propiamente ejecutivas.<br />

En cuanto al Estado, entendido en sentido estricto, toda su función se reduce a la producción de<br />

representaciones. Como dice Durkheim: “El Estado es, hablando rigurosamente, el órgano mismo del<br />

pensamiento social”. Esto no significa, sin embargo, que el Estado sea una instancia meramente<br />

especulativa. El Estado “no piensa por pensar… sino para dirigir la conducta colectiva”. Se trata, pues, de un<br />

pensamiento que tiene como mira la acción. De cualquier modo, queda siempre que su papel específico es el<br />

de pensar.

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