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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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tiempo un discurso en nombre de un “todos” paralizante, contrario a cualquier posible independencia de<br />

criterio. Sucede que los grupos dominantes no pueden “producir sociedad” porque no consideran que tengan<br />

algo en común con el de abajo, lo mismo que pasa entre los galantuomini (“caballeros”) del sur italiano que<br />

retrata Banfield, y que desprecian a un campesino que, por estar ligado a la tierra, es como si fuera animal,<br />

“palurdo” o cafone[49]. Por si fuera poco, los grandes propietarios son los primeros en culpar del estado de<br />

cosas a los campesinos mismos o al “sistema” y al “destino”, y en esperar del campesino menospreciado una<br />

buena opinión o casi la absolución para el de arriba. No hay nadie donde debiera haber responsabilidades y<br />

deberes públicos y por lo mismo compartidos. El propietario encuentra así el modo de no hacerse preguntas,<br />

atribuyéndole en exclusiva la ignorancia al campesino “fatalista”, aunque éste ha sido llamado en reiteradas<br />

ocasiones a resignarse a su “condición”. “El gentilhombre, escribe Banfield, no debe y no puede hablar con el<br />

campesino como lo hace un hombre razonable con otro. Tal vez es porque no cree realmente que el<br />

campesino sea como él un hombre razonable: siente compasión por ser el campesino menos que un ser<br />

humano y critica su clase, el sistema o el destino por haber hecho así al campesino”[50], de tal modo que<br />

cualquier “comunicación” es imposible y el problema de educar está excluido. A juicio de Carlo Levi, en estos<br />

espacios donde prima la desconfianza[51] la pequeña burguesía está lejos de ayudar, y diríase que su<br />

actitud, a veces peor que la del latifundista, se asemeja a la caciquil: quien tiene un puesto hace todo para<br />

sacarle ventaja – mediante un derecho casi feudal, aunque “bastardo”, o pequeñas rapiñas[52]- al de abajo,<br />

el campesino; aquél quiere imitar al terrateniente pero nada más lo puede hacer mediante el abuso en<br />

pequeños puestos, según lo sugiere Cristo se paró en Eboli, un texto que ha llegado a ser considerado como<br />

antropológico. Ciertamente, al campesino de Basilicata no le queda entonces más que la explosión iracunda<br />

pero estéril del bandolerismo. En última instancia, podría verse aquí una “barbarie” al modo en que la viera<br />

Sarmiento en Facundo. Sin embargo, no se trata más que de reversos de una misma medalla; otra cosa –<br />

mucho más grave- es que un errático Sarmiento, ajeno a todo conocimiento preciso sobre el mapuche, no<br />

haya tenido más que una expresión despectiva para Lautaro y Caupolicán, los héroes de Ercilla. El truco está<br />

en poner en el mismo saco –el del “caudillismo” y la “barbarie”- toda forma de alternativa o de resistencia, y<br />

llamar entonces atávica a toda respuesta, aunque sea al precio de desconocer cualquier forma potencial de<br />

organización de la sociedad y de “comunicación” entre los “pisos” que la componen.<br />

Por lo demás, ni Almond y Verba resultan tan ciegos a este tipo de problema, puesto que consideran como<br />

prototipo de “cultura cívica” a la clase gobernante británica, mezcla de aristocracia y de comerciantes e<br />

industriales modernos que habrían hecho las cosas de tal modo –pactando- que incluso la clase obrera se<br />

habría visto en su momento llevada a organizarse[53]. En este orden de cosas, las clases dominantes<br />

latinoamericanas serían entonces “incivilizadas”, incapaces de “producir civilidad”, pese a las apariencias.<br />

Algunas pruebas llegan al extremo: entre 1987 y 1989, la oposición panameña, que se hizo llamar “Cruzada<br />

Civilista”, no dudó en entronizar a líderes que juraron en bases estadounidenses y no gobernaron más que<br />

con la injerencia directa de Washington. Esa oposición, vestida de blanco, era llamada con frecuencia<br />

“rabiblanquera” (de “rabiblanco” o “rabo blanco”) por el pueblo llano (algo que inspira luego a las “Damas<br />

de Blanco” cubanas, por ejemplo). En Bolivia, Evo Morales tuvo que vérselas en un complicado comienzo en<br />

el gobierno con “Comités Cívicos”, en particular de Santa Cruz y en menor medida de Tarija, que tampoco<br />

ocultaron un sesgo racial, como lo muestra un documental como Cocalero (2007): para más de un cruceño o<br />

una cruceña Evo Morales es “indio” antes que ciudadano, y esa condición racial lo excluye de un trato cívico<br />

(como el derecho a no ser insultado en plena calle). Sesgos similares se encuentran en la oposición a Hugo<br />

Chávez en Venezuela, o a Rafael Correa en el Ecuador (desde Guayaquil). Es la consecuencia de concebir la<br />

“sociedad civil” al modo estadounidense, como lugar de juego de intereses –a cual más fuerte- y no de<br />

creación de lazos comunitarios, o por lo menos de un mínimo de reciprocidad. Sorprendentemente, la carta<br />

de ciudadanía aparece cual privilegio –como “membresía”- del más fuerte, no como asunto compartido, y el<br />

interés se entiende como conservación de ese mismo privilegio. Si esta representación se impone, son los<br />

“pudientes” quienes, sin haber salido de una concepción estamental premoderna (“parroquialista”, si se<br />

quiere), creen ser “los” ciudadanos y convierten la ciudadanía en privilegio (a la usanza antigua), a nombre<br />

de un supuesto “interés”. De aquí a ciertas formas de corrupción no hay más que un paso: el abuso de cotos<br />

de poder o del reparto discrecional de riquezas aparece como otorgamiento de “privilegios”, así sean incluso<br />

limosnas, y se está de vuelta al favor… que debe aceptarse supuestamente en interés propio.

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