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Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

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hay duda de que hoy es perentorio buscarle remedio a la desigualdad económica imperante y que el camino<br />

más seguro para hacerlo es impulsar una fuerte redistribución progresiva del ingreso. Se trata de sacarles a<br />

unos para darles a otros a través de un proceso que debe centralizar necesariamente el Estado. Para ello éste<br />

cuenta con una herramienta fundamental que es el gasto público. Sólo que para poder gastar (por ejemplo,<br />

en obras de infraestructura o en programas sociales), debe antes disponer de fondos.<br />

¿Cómo puede conseguirlos? Hay básicamente tres maneras. La principal es, por lejos, la recaudación de<br />

impuestos. Las otras dos son, por un lado, las eventuales ganancias que generen las empresas públicas y, por<br />

el otro, el endeudamiento interno y/o externo. En síntesis: redistribuir ingresos para promover una mayor<br />

igualdad implica hoy en Argentina plantearse no sólo la cuestión del gasto público sino también el problema<br />

de la captación fiscal de los recursos que hagan falta. Es a este tema que estarán dedicadas las reflexiones<br />

que siguen.<br />

1 Desde los tiempos de la Revolución Francesa, se distingue entre la progresividad y la regresividad de un<br />

régimen tributario. La primera supone que, en términos de justicia social, los gravámenes sean<br />

proporcionales a los ingresos de modo que pague más el que más tiene y que el que no tiene, no pague.<br />

Se trata de un punto fundamental pues, a ese fin, no basta simplemente con un aumento en la percepción de<br />

impuestos por más que se incrementen así los fondos disponibles. Una mayor igualdad depende de la<br />

estructura de la política fiscal mucho más que del nivel de la recaudación. Imaginemos, por ejemplo, el caso<br />

de un subsidio a los alimentos que consumen los sectores más pobres que fuera financiado en gran parte por<br />

ellos mismos a través del pago del Impuesto al Valor Agregado (IVA). El efecto redistributivo del subsidio<br />

sería probablemente nulo.<br />

Dicho de otra manera, el mayor o menor impacto redistributivo del gasto público comienza por el diseño<br />

mismo del sistema tributario que se aplique. Por desgracia, en nuestro país (y en varios otros de América<br />

Latina), los impuestos en su conjunto acaban casi siempre no disminuyendo sino, peor aun, aumentando la<br />

desigualdad. Claro que es raro que se hable de esto porque, entre otras cosas, los beneficiarios de la<br />

situación y sus “expertos” se empeñan en presentar el asunto como tan complejo que el ciudadano común no<br />

estaría en condiciones de entenderlo y, por añadidura, a muchos políticos les conviene “mirar” hacia otro<br />

lado.<br />

2 En lo que más importa aquí, desde mediados del siglo XX hasta ahora la estructura tributaria argentina ha<br />

avanzado escasamente en materia de reformas tendientes a mejorar la distribución del ingreso. Por el<br />

contrario, gran parte de las medidas adoptadas tuvieron efectos regresivos. Llama la atención que cincuenta<br />

años atrás esa estructura fuese más parecida a la del mundo desarrollado que a las del resto de las naciones<br />

de América Latina; que el impacto distributivo de la acción fiscal resultara entonces muy superior al actual, y<br />

que existiese también una mayor igualdad. El retroceso que se produjo nos convierte en un caso bastante<br />

único en el mundo.<br />

Sucede que una de las desafortunadas originalidades argentinas consiste en haber pasado de la estructura<br />

tributaria progresiva que instaló el primer peronismo (paga más el que más tiene) a la estructura regresiva<br />

que montó la última dictadura militar (paga menos el que más tiene) y que todavía sigue en pie,<br />

compensada parcial y coyunturalmente por las retenciones al agro y otros gravámenes. Veamos, a modo de<br />

ilustración, algunas de sus características más llamativas.<br />

Los beneficiarios del exitosísimo modelo primario exportador que se aplicó en Argentina desde fines del siglo<br />

XIX se ocuparon de preservar muy bien sus rentas, mientras hacían que el Estado se endeudase. De ahí que<br />

recién en 1930 se introdujera en nuestro país el impuesto a las ganancias –llamadas por entonces “réditos”–.<br />

Pero hubo que esperar otros veinte años para que el tributo adquiriese alguna importancia, que fue<br />

perdiendo después. Tanto es así que recién en el año 2000 volvió al nivel de 1952 (3,4% del PIB).<br />

Pero hay algo todavía más grave y es el modo mismo en que se recauda este impuesto, o sea, su estructura.<br />

Y esto al punto de que especialistas como Oscar Cetrángolo o Juan Carlos Gómez Sabaini “ven” seriamente<br />

afectada su progresividad. Y tienen razón.<br />

Para entenderlo, el primer paso consiste en advertir que la mayor parte de lo que se percibe por este rubro<br />

no lo abonan las personas físicas sino las sociedades comerciales. Después, es preciso tener en cuenta que,<br />

dado el alto grado de concentración económica que existe en Argentina, abundan las ramas dominadas por<br />

muy pocas empresas, que actúan como formadoras de precios (1). La consecuencia es que, toda vez que

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