15.05.2013 Views

Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

Lecturas Segunda Septiembre 2012 - Insumisos

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

el lugar de la “buena voluntad”, dejado al asistencialismo o más aún a la caridad, que no supone obligación<br />

alguna. La caridad es ambigua, así sea considerada por algunos autores como complemento “obligatorio” de<br />

la justicia[12].<br />

Al menos en la perspectiva estadounidense, el civismo no es universal porque no obliga a todos (una cosa es<br />

respetar un cruce peatonal porque así lo establece la ley, otra porque se siente respeto por el peatón, un<br />

respeto obligado). El civismo como conducta interiorizada y no como obediencia a la ley es opcional y menos<br />

inocente de lo que pudiera parecer, puesto que al mismo tiempo la caridad no está desligada de intereses<br />

económicos, como puede suceder con programas de ayuda a grupos vulnerables, programas que de paso<br />

permiten crear consumidores y exonerar de impuestos al Estado a quien emprende la tarea humanitaria. Se<br />

trata de una política de resguardo de la propiedad privada, pero no alcanza a conformarse como una<br />

verdadera “cultura cívica” –pese al título de Almond y Verba–. Tampoco hay sociedad civil que obligue (por<br />

ejemplo, a ver por los demás), ni mucho menos que proponga virtudes comunes.<br />

El civismo no tiene hasta aquí ningún elemento comunitario, salvo que se trate –supuestamente- de usos y<br />

costumbres. No hay por cierto nada que impida asimilar el interés a esos usos y costumbres, si permiten<br />

ganar y no perder. Es el caso del sur italiano descrito en la posguerra por Edward C. Banfield: no se participa<br />

en lo comunitario más que cuando se puede sacar provecho, y se recela al mismo tiempo del espacio común<br />

ante el temor de que otro saque tajada, haciéndole a “uno” lo que es justificado cuando “uno” lo hace en<br />

provecho propio. Así, la única unidad de resguardo es la familia, pero cuando se inmiscuye en lo público lo<br />

destruye (por lo que Banfield habla de “amoralismo familiar”): en este “parroquialismo”, la familia no se<br />

preocupa de lo público más que en la medida en que se puede obtener en el corto plazo alguna ganancia en<br />

lo particular[13], lo que contribuye a explicar el favoritismo y en buena medida la corrupción. Que “lo<br />

general” salga beneficiado (de modo “impersonal”) no importa y hasta molesta porque, dicho sea para<br />

simplificar, lo otorgado a lo “común” es visto como algo que se le quita al interés particular (y muy material),<br />

como cualquier cosa dada a otra familia, por ejemplo[14]. El logro de tal o cual (persona, familia) aparece<br />

como algo potencialmente quitado a familias rivales, lo que lleva a un amurallamiento de quienes tienen<br />

algún mérito, por temor a la envidia. En estas condiciones, no hay civismo ni idea de la función pública. Salvo<br />

que se obtenga alguna recompensa, es mal visto ocuparse de lo público, como si hacerlo fuera algo<br />

“anormal” e incluso “impropio”,[15] y más bien se ve con buenos ojos golpear primero si al hacerlo hay<br />

seguridad[16]. No hay obligación pública de nada, pero sí de honrar a la familia sirviéndola. Entre tantas<br />

rivalidades (en condiciones de precariedad que explica el trabajo de Banfield, aunque la estructura<br />

socioeconómica sin duda no sea lo suficientemente tomada en cuenta por este autor), nada se organiza en el<br />

espacio público[17].<br />

Desde los años ’60, el desinterés por los asuntos comunitarios es algo bastante marcado en Estados Unidos,<br />

lo que no implica que no haya “interacción social” (sucede más bien al contrario): por ejemplo, el tiempo<br />

libre se va mucho más en hobbies no especificados, en deporte, actividades religiosas y caritativas que en<br />

actividades culturales, ni se diga lo que se denominan actividades “cívico-políticas”.[18] Es tal el desinterés<br />

por lo gubernamental que en la participación “política” se prefieren las actividades (y las organizaciones) no<br />

gubernamentales. Lo más sorprendente es que ser un buen ciudadano no pasa de ser asunto de observar las<br />

leyes, a juzgar por el texto de Almond y Verba,[19] aunque se esperaría que el ciudadano participe<br />

plenamente en política, lo que no es obligatorio, como no lo es la solidaridad en la “sociedad civil”, puesto<br />

que a lo sumo se busca la “libre asociación” a la que se tiene derecho. Política aparte, las actividades sociales<br />

enumeradas líneas más arriba son todas voluntarias, lo que en el parroquialismo se presta al “favor”. La ley<br />

supone derechos –ni siquiera siempre ni en todas partes la obligación de votar- y una fiscalización reiterada<br />

sobre un Estado reducido a una administración. En realidad, si se confunde cultura política y cultura cívica es<br />

porque no hay mayor cultura cívica que reivindicar. Algunos autores como Walter McDougall han<br />

demostrado que si algo primó en algunos periodos de la historia estadounidense, no fue el civismo, sino la<br />

búsqueda de dinero a cualquier precio, así fuera el del oportunismo o el de la codicia brutales[20] –que dicho<br />

sea de paso, también son “intereses” en juego.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!