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<strong>Feminismos</strong> <strong>negros</strong><br />
para mantener las agrupaciones de los hogares, basadas en el parentesco a lo<br />
largo del ciclo vital, para maximizar así los potenciales recursos y los servicios<br />
que esperan intercambiar. De igual forma, se espera que un hombre participe<br />
en su red familiar y se entiende que éste no debe dividir sus servicios y sus fi -<br />
nanzas con otra relación sexual o marital. Estas formas de control social hicieron<br />
que Ruby se asustara a la hora de asumir el riesgo necesario para escapar<br />
del ciclo de la pobreza. En lugar de eso, eligió la seguridad y la estabilidad de<br />
su grupo familiar. Ruby, consciente de que para que un matrimonio durara<br />
tendría que irse lejos de sus parientes, exclamó: «Si alguna vez me caso, ¡me<br />
marcharé de la ciudad!». Mientras este estudio estaba en marcha, Ruby se<br />
casó y, esa misma tarde, dejó el Estado con su marido y su hij o más pequeño.<br />
Padres e hij os<br />
En The Flats, la gente se muestra orgullosa de todos sus parientes y, en particular,<br />
de los nuevos recién nacidos en sus redes de parentesco. Las madres<br />
animan a sus hij os a tener bebés e incluso, de forma más importante, los hombres<br />
convencen a sus mujeres de que tengan bebés. El valor que se deposita<br />
en los hij os; el amor, la atención y el afecto que reciben los niños por parte<br />
de hombres y mujeres; así como la red de relaciones sociales tejida desde el<br />
nacimiento de un hij o, son elementos básicos para que se dé tan alta tasa de<br />
natalidad entre los pobres.<br />
El orgullo que sienten los hombres de una familia por los niños de sus hij os<br />
o hermanos se ve en primer lugar en la satisfacción de sus madres y hermanas.<br />
Dicho orgullo se hizo evidente durante una visita que realicé al hogar de<br />
Alberta Cox. Ésta me presentó a su hij o de diecinueve años, Nate, y añadió<br />
inmediatamente: «Es papá y su bebé tiene cuatro meses». Entonces señaló<br />
a su hij o de veintidós años, Mac, y dij o: «Ya es papá por tercera vez». Mac<br />
sonrió y dij o: «No soy papá»; y su amigo, desde la cocina, apuntó: «Tal vez<br />
hayan sido cuatro, Mac». Alberta dij o: «Sí lo eres. ¡Admítelo, chico!». En ese<br />
momento la abuela de Mac se reclinó en su mecedora y dij o: «He sido abuela<br />
unas cuantas veces ya y estoy orgullosa de ello». Un amigo de Alberta me<br />
dij o más tarde que quiere que sus hij os tengan niños porque piensa que les<br />
hará más responsables. Aunque a menudo no le gustan las mujeres con las<br />
que van, pues afi rma que no son «trigo limpio», Alberta acepta a los bebés y<br />
pide que se los dejen cuidar cada vez que tiene la oportunidad.<br />
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