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Feminismos-negros-1

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Horrores sureños: la ley Lynch en todas sus fases 79<br />

Frank Weems de Chatt anooga, al que no se linchó en mayo sólo porque hubo<br />

ciudadanos destacados que le protegieron hasta que las puertas de la cárcel<br />

se cerraron tras él, tenía cartas en su bolsillo de la mujer blanca implicada,<br />

dándole una cita. Edward Coy, al que quemaron vivo en Texarkana el 1 de<br />

enero de 1892 murió declarando su inocencia. La investigación que se llevó a<br />

cabo posteriormente, tal y como dij o el testigo del Chicago Inter-Ocean, el 1<br />

de octubre, prueba que:<br />

1. La mujer que aparecía como víctima de la violencia tenía muy mal carácter; su<br />

marido era un borracho y un jugador.<br />

2. De ella se sabía públicamente que había tenido una relación punible con Coy<br />

durante más de un año.<br />

3. Se vio obligada a acusar a la víctima mediante el uso de amenazas, si no de<br />

violencia.<br />

4. Cuando acudió a testifi car, Coy le preguntó si le quemaría después de haber<br />

sido su «amor» durante tanto tiempo.<br />

5. La gran mayoría de los «superiores» hombres blancos que tenían peso en este<br />

asunto eran padres reconocidos de niños mulatos.<br />

Todos estos no son hechos agradables pero son ilustrativos de la fase vital en<br />

que se encuentra la así llamada «cuestión de la raza»; se debería lanzar una<br />

investigación seria sobre los excelsos métodos mediante los que la religión, la<br />

ciencia, la ley y el poder político pueden emplearse para justifi car la injusticia,<br />

la barbarie y el crimen contra personas a causa de su raza y color. Nadie puede<br />

creer seriamente que estas personas estuvieran inspiradas por un apasionado<br />

afán de reivindicar la ley divina contra las relaciones entre razas en su aspecto<br />

más práctico. La mujer era copartícipe voluntaria del pecado de la víctima y, al<br />

ser de la raza «superior», se le debería considerar naturalmente más culpable.<br />

En Natchez (Misisipi) la señora Marshall, una mujer de la crème de la crème<br />

de la ciudad, provocó una enorme conmoción hace varios años. Tenía un chófer<br />

negro que estaba casado y llevaba trabajando para ella varios años. Durante<br />

ese tiempo, dio a luz un niño cuyo color llamó la atención, pero lo atribuyó<br />

a algún antepasado moreno, y una de las damas de moda de la ciudad fue su<br />

madrina. La posición social de la señora Marshall siguió siendo incuestionable,<br />

su riqueza roció de favores a este niño, cuyo papá blanco adoraba, junto a<br />

sus hermanos y hermanas. Con el tiempo, otro bebé apareció en escena pero

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