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<strong>Feminismos</strong> <strong>negros</strong><br />
la objetivación de la sexualidad de las mujeres dentro de un orden patriarcal;<br />
pero que al tiempo reclama los cuerpos de las mujeres como sujetos sensuales y<br />
sexuales. Carby otorga a estas mujeres el papel de intelectuales orgánicas, en el<br />
sentido gramsciano del término. No solo eran parte de la comunidad sujeto de<br />
su música, eran también producto del movimiento rural-urbano. Carby analiza<br />
desde este contexto social, las migraciones rural-urbanas (sur-norte), la forma<br />
en que las actuaciones y los discos refl ejaron y marcaron las relaciones sexuales<br />
dentro de la comunidad negra, así como el terreno cultural en el que las diferencias<br />
sexuales se disputaban y redefi nían. 22<br />
Ángela Davis parte del trabajo de Carby y de su obra anterior Mujeres,<br />
«raza» y clase, para buscar en el blues femenino de los años veinte los rastros<br />
y rostros de una tradición secreta de un feminismo de clase trabajadora, que<br />
coexiste junto a una tradición de clase media negra, pero cuyos códigos y<br />
formas de expresión eran completamente distintos. Frente a la obra (escrita)<br />
de las intelectuales del feminismo negro, referentes tradicionales del movimiento<br />
feminista negro, los textos (no escritos) del blues femenino aparecen<br />
como el vehículo de expresión de las ideas producidas en y por las mujeres<br />
pobres y de clase trabajadora, aquéllas que nunca podrían acceder a los textos<br />
escritos y aquellas que tampoco se reconocen ―salvo desde las categorías de<br />
exclusión― en las imágenes que de ellas proyecta tanto el sistema hegemónico<br />
(blanco) como la clase media negra. En este sentido, el blues es el heredero<br />
de las canciones de trabajo y de los espirituales de la época de la esclavitud.<br />
Músicas que conseguían traducir los deseos y los lamentos de la población<br />
negra en una expresión de carácter colectivo, en un discurso que, en la medida<br />
en que era inaccesible para los grupos dominantes, funcionaba como una<br />
expresión comunitaria de la experiencia de ser negro. Pero mientras la música<br />
de la esclavitud ―ambas, la secular y la religiosa― era la quintaesencia de la<br />
música colectiva en el sentido de que era colectivamente creada y refl ejaba al<br />
anhelo de la comunidad por la libertad, el blues ―la forma musical afroamericana<br />
predominante del periodo post-esclavitud― articuló una nueva valoración<br />
de los distintos deseos y necesidades emocionales. El nacimiento del<br />
blues es una prueba estética de nuevas realidades psicosociales entre la población<br />
negra. Frente a los referentes colectivos del periodo anterior, se incorporan<br />
dos rasgos del sistema hegemónico, la individualidad y la diferenciación<br />
sexual. Ángela Davis ya había argumentado en trabajos anteriores que la población<br />
negra había conseguido durante la esclavitud la hazaña prodigiosa de<br />
22 Hazel Carby, «It Jus Be’s Dat Way Sometime: The Sexual Politics of Women’s Blues», Radical<br />
America, vol. 20, núm. 4, 1986, pp. 9-24.<br />
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